¿Tienen futuro las candidaturas independientes?
Las elecciones de 2018 resultaron históricas en dos sentidos. En primer lugar, porque dieron pie a un cambio de régimen y a la reconfiguración del sistema de partidos en México. El PRI quedó reducido con el voto de castigo más severo en la historia de nuestra democracia y el Presidente electo López Obrador gobernará con una cómoda mayoría legislativa. En segundo lugar, las elecciones de 2018 son históricas porque dejaron muy claro que las candidaturas independientes están aún muy lejos de ser verdaderos vehículos de representación.
De los 126 aspirantes a candidaturas independientes en Jalisco, solamente ganaron dos candidatos a munícipes, en Sayula y Villa Corona. Mientras que en la carrera presidencial, “El Bronco” y Margarita desprestigiaron la figura con la falsificación de firmas y la renuncia a la contienda. Asimismo, pudimos ver el tamaño de la inequidad entre los mismos aspirantes a candidaturas independientes. Recordemos a Marichuy, quien no hizo trampa y, por lo tanto, no consiguió las firmas necesarias para aparecer en la boleta, además de que su campaña terminó con un trágico accidente de carretera por la precariedad de las condiciones de su equipo.
En el entorno actual, las candidaturas independientes son ineficaces y discriminatorias por diseño. Si bien deberían permitir a cualquier ciudadano participar en la política, en los hechos las candidaturas independientes son solamente para personas con medios socioeconómicos suficientes para poder juntar las firmas. En otras palabras, personas que pueden permitirse no contar con ningún ingreso económico durante todos los meses que dura el proceso electoral.
Si a pesar de esta barrera de entrada se obtiene una candidatura sin partido, la diferencia abismal entre los recursos públicos asignados a candidatos de partidos y candidatos independientes hace casi imposible lograr el éxito electoral. En Jalisco las candidaturas independientes reciben 2% del financiamiento que reciben los partidos. Por poner un ejemplo, un candidato a diputado podía recibir hasta un millón 400 mil para su campaña si pertenecía a un partido político, mientras que si era un candidato independiente únicamente aspiraba a un máximo de 23 mil 800 pesos.
La inequidad de recursos se extiende a tiempos oficiales de radio y televisión. La actual ecuación del INE deja a los independientes con muy poca presencia en medios oficiales. Por ejemplo, como candidata independiente a diputada local por el Distrito 6, mi promocional de televisión de 30 segundos apareció dos veces en 60 días de campaña.
Esta absoluta inequidad entre candidatos partidistas e independientes perpetúa a los partidos políticos como los únicos espacios viables de competencia política y, por lo tanto, hace que las personas voten por marcas electorales antes que por personas. Sin una marca reconocida, las candidaturas independientes no son viables, porque no cuentan con los recursos necesarios para darse a conocer.
Sin embargo, el caso de Kumamoto ilustra cómo incluso teniendo una marca reconocida existen barreras adicionales que discriminan a los candidatos independientes en beneficio de los partidos. El arbolito de Wikipolítica fue el emblema más votado en la boleta de senadores, pero al sumar los votos de las coaliciones partidistas Kumamoto quedó fuera de los tres lugares al Senado por mayoría relativa; y al no haber listas plurinominales de independientes los partidos se llevarán el cuarto escaño del Senado. Es decir, que las 760 mil personas que votaron por Kumamoto no tendrán representación en la cámara alta.
Todas estas barreras institucionales encajaron en un contexto nacional donde arrasó un tsunami llamado Morena, y en un contexto local donde el na na na naranja predominó. Las candidaturas independientes al legislativo quedaron desdibujadas del imaginario colectivo, y esto me parece representativo del problema de cultura política que tenemos. La gran mayoría de la gente no sabe qué hace su diputado local. Y es un problema causado por los políticos, que al ganar se olvidan de sus electores, y por la apatía de la ciudadanía para informarse, organizarse y exigir resultados. Así, la gente termina votando por colores, y son pocos los que se informan para elegir al candidato más preparado o más ideológicamente cercano.
Será hasta la siguiente reforma política cuando podremos realmente ver si las candidaturas independientes seguirán siendo una simulación o verdaderamente se van a poner reglas de participación más parejas entre partidos e independientes. En este momento las candidaturas independientes son una forma para que personas de estratos privilegiados, que quieren incidir en la agenda pública, puedan lograr entrar en la boleta sin necesidad de vincularse a ningún partido. Sin embargo, hay un gran trecho entre aparecer en la boleta y realmente competir en una elección. Para ello se necesita un piso parejo entre candidatos partidistas e independientes, en términos de tiempo aire oficial, financiamiento público y representación proporcional. Estos cambios institucionales podrán generar los incentivos necesarios para que más personas conozcan las candidaturas independientes y las apoyen. Es solamente en un terreno de mayor equidad en las reglas del juego que la cultura cívica podrá alejarse de la apatía y acercarse a la participación, la organización y el voto informado.
Ana Gabriela González es licenciada en Política y Administración Pública por El Colegio de México y maestra en Administración Pública por la Universidad de Columbia.