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Tenemos una nueva América

Si tomamos un mapa de América Latina y hacemos el ejercicio de colorear los países de acuerdo al tipo de gobierno, pintando de rojo a los de izquierda, de azul a los de derecha y de gris a los considerados de centro, veremos un continente teñido de rojo, donde en azul apenas aparecen Guatemala en Centroamérica, República Dominicana en el Caribe, y Ecuador, Paraguay y Uruguay en Sudamérica, mientras que la parte más delgada del Continente, Panamá, aparece con un color grisáceo.

Pero no es un rojo con una izquierda con tintes como en tiempos pasados. Las izquierdas -varían de país a país- de hoy son menos tradicionalistas, pero sí más populistas y confusas en ciertos sentidos. A pesar del rojo profundo del mapa, cada país tiene sus particularidades, pero eso sí, todas tienen un común denominador, como son el caso de la violencia -donde nos distinguimos en el mundo, ya que cuando en América Latina tenemos al 8 por ciento de la población mundial, pero se comete el 35 por ciento de los homicidios violentos-, somos mudialmente la región más afectada por la pandemia -en lo que se refiere a contagios, muertes y efectos económicos- y donde la población de la mayoría de los países latinoamerianos se manifiestan  en contra de la democracia -que a pesar de tenerla no han logrado aprovecharla para lograr el desarrollo político/económico y por el contrario, en muchas naciones están estancados o se ha tenido un retroceso-.

El domingo pasado, con la segunda vuelta electoral en Brasil y el apretado triunfo de Lula a la presidencia, solamente faltaba que el país más poblado de América Latina -214 millones- definiera su color y se decidió por el rojo, que contrasta con el azul del norte del continente, donde Estados Unidos y Canadá ven a sus pies - al sur de sus fronteras- el intenso color escarlata que es una llamada de atención para atender mejor a los vecinos que ha sido ignorados ya por muy largo tiempo, sobre todo por parte de los estadounidenses.

Pero en el caso concreto del país sudamericano, las alarmas están encendidas. Hace un mes -1 de octubre-, en este mismo espacio, hablamos del `Histórico viraje a la izquierda de América Latina’, y ya hablamos -antes de la elección- que “en el proceso de la certificación de un ganador, Brasil pudiera vivir un conflicto social con severos riesgos”. Y es precisamente lo que se avecina, ya que el presidente Bolsonaro -hasta el momento de escribir esta reflexión- ya habló de la elección, pero no hizo alusión al resultado, tampoco reconoció su derrota, ni cantó victoria, ni tampoco el gesto democratico de felicitar a Lula, pero en el inter sus seguidores se manifiestan abiertamente en las calles de Brasil con el peligro que la tranquilidad social sea alterada.

Para muchos analistas internacionales, Bolsonaro es el ‘Trump de Brasil’. Tanto el expresidente estadounidense como el mandatario brasileno se identifican bajo una perspectiva nacionalista, defienden la protección de las fronteras contra las drogas y la inmigracion y el slogan político del sudamericano es “Brasil por encima de todo. Dios por encima de todo”, que se parece al “America First” (America Primero) del expresidente norteamericano.

Pero al margen de los acontecimientos sociales que se puedan presentar en Brasil por el resultado de la elección y la nueva ‘escenografía’ de la geografía política latinoamericana, es un nuevo comienzo para el continente, donde el populismo, el nacionalismo y la lucha por la democracia serán los intérpretes estelares y el color rojo intenso continuará imperando durante mucho tiempo. Es una nueva América Latina. ¿Usted, qué opina?

daniel.rodriguez@dbhub.net

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