Tapalpa de la mano de Rilke y Rulfo
Pasamos las vacaciones de año nuevo en la sierra de Tapalpa y decidimos llevar para leer en esos días a Pedro Páramo y El llano en llamas de Rulfo, así como, las Elegías de Duino de Rilke, en la versión de Rulfo que trabajó durante toda una década desde los 28 años y que finalmente ha sido publicada.
Aquellos que me siguen la pista saben que hace meses estoy encantado de haber descubierto ese poema y ahora en este viaje, la influencia de Rilke en la obra de Rulfo, una vez que pude entender, disfrutar y asociar la estructura de Pedro Páramo en donde los vivos y los muertos conviven, como sucede si establecemos un diálogo entre los recuerdos y el presente, pues “los ángeles –se dice– ignoran a veces que están entre los vivos, quizás, o entre los muertos”, como dice Rilke.
El paisaje de Tapalpa se potenció con estas historias que, como sombras, iban y venían entre los árboles, el viento, las nubes y la lluvia que nos sorprendió al cierre del año rompiendo el ‘silencio’ rulfiano. Todos los días caminamos por las brechas de Rancho Viejo, bajo las ramas de sus árboles, entre los rayos del sol y la alharaca de los pájaros cuando, de pronto, se me venía encima la súplica de Juvencio Nava: ‘¡Diles que no me maten, Justino!’ como ese otro día, cuando estuvimos en La Oscurana, nos asomamos para ver a distancia el llano e imaginé al hijo que llevaba a cuestas su padre entreteniéndolo para que no se apagara:
–Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
Rilke proponía que “el muerto ha de seguir adelante, y, en silencio, la más vieja de las Lamentaciones lo conduce hasta la garganta del valle, donde se ve brillar, al claro de luna, la fuente de la Alegría. La nombra con respeto y dice: ‘Entre los hombres es un río caudal’. Y al pie de la montaña, lo abraza sollozando.”
Los muertos parecen estar vivos en Pedro Páramo sobre todo si leemos que “él entró y llegó abrazándome, como si esa fuera la forma de disculparse por lo que había hecho… Le sonreí para decírselo; pero después pensé que él no pudo ver mi sonrisa, porque yo no lo veía a él…”, en donde creo que se inspiró en esta otra Elegía de Rilke cuando dice que “es penoso estar muerto y trabajoso ir recobrando poco a poco un mínimo de eternidad… los ángeles –se dice– ignoran a veces que están entre los vivos, quizás, o entre los muertos. El eterno torrente arrastra las edades todas por ambos reinos y, en medio de los dos, logra hacer oír sus voces.”
Hemos leído a Rulfo varias veces, pero nunca tan saboreado como ahora que platicábamos mientras caminábamos por la mañana entre los árboles o a la orilla de esa presa que está a treinta y cinco kilómetros de San Gabriel, donde fuimos porque ahí dicen que Rulfo pasó su infancia.
Por la tarde leímos, poco antes que oscureciera en esos días de invierno, algunos paisajes de Pedro Páramo y, sabiendo que iríamos a San Gabriel, le entramos al cuento ‘En la madrugada’ que empieza diciendo:
“San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados…”
Estuvimos en el ombligo del mundo de Rulfo y, por adopción, de Rilke. Caminamos y admiramos el lugar y agradecidos con nuestras anfitrionas, en esa estancia tan agradable de la mano con la prosa de Rulfo y los poemas de Rilke, antes y después de abrazarnos fuerte y desearnos lo mejor para el 2018 recién nacido.