Superar intrigas y chismes
Es posible que, en algún momento de tu vida, te hayan involucrado en un chisme. Que se hable bien o mal de ti es más común de lo que parece, particularmente a tus espaldas y sin que tú te enteres. Claro que si dicen cosas bonitas de ti, pues ni te incomoda ni preocupa. En cambio, si llegas a saber que están hablando mal de ti, entonces sí se agravan los sentimientos y fácilmente te enojas.
La maledicencia es una práctica muy extendida; hablar mal de las personas resulta tan común que hasta parece normal. Es mucho más fácil ver los defectos y errores que cometen los demás, por lo que se acuñó la sentencia de que dejemos de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en los propios. Dejando muy claro que debemos dejar de mirar los “pecados” de los demás y dejar de estar viendo los propios.
La maledicencia se agrava cuando se le agregan difamaciones y calumnias, que son adjudicaciones y críticas que se basan en suposiciones, regularmente falsas y hasta francamente mentirosas, porque se tiene la malévola intención de desprestigiar y dañar la imagen o el prestigio y la reputación de una persona. Peor aún, cuando es un rival o adversario deportivo o político.
Desde luego que hablar mal de las personas y levantarles falsos es una conducta inmoral. Una manera efectiva de sacudirse ese tipo de atropellos a tu dignidad es no hacerles caso. Aunque parezca muy obvio, es lo mejor, especialmente cuando sabes de quién viene. Mucho menos enojarse y peor aún querer tomar represalias.
Si ya sabemos que hay muchas malas personas que practican este nefasto deporte de la lengua venenosa, con mayor seguridad reafirma tu identidad y conciencia, pues no vale la pena dedicarle tu tiempo a semejantes y nefastas conductas perversas.
La verdad acaba por triunfar, es mejor no tener miedo al intento de desprestigio y daño a tu reputación, pues los difamadores y calumniadores son habladores que caen más rápido que un cojo.
De las garras del chisme, de las intrigas o de los falsos, no nos vamos a escapar. Lo tendremos que aceptar como parte de la vida social y familiar. La maledicencia es el arma predilecta de tus enemigos y de los que te tienen envidia.
Simplemente sigue adelante como decía el Quijote: “Si los perros ladran, es que seguimos avanzando”.