Sueños de un debate
Tengo casi la misma opinión que Yeidckol Polevnsky sobre el último debate de candidatos a gobernador de Jalisco: a mí también me pareció soporífero, aunque procuré no dormirme porque la primera parte lo escuché en la radio mientras manejaba en medio de los estragos de la tormenta. Si hubiera estado en otro lugar, sin duda me habría echado como ella mi siestita de caballo calandriero, esos que hoy, como los demócratas, están en peligro de extinción.
Fueron tres los debates a gobernador organizados por el Instituto Estatal Electoral y uno más por las organizaciones de la sociedad civil. Ninguno levantó pasiones y todos cojearon de la misma pata: el exceso de corrección política. Son tan limitados los formatos, tan constreñidos a una aparente igualdad, que no sirven ni para contrastar ideas, ni para ver a los candidatos, sobre todo los punteros, responder bajo presión, defender sus puntos de vista, convencernos de que realmente son lo que dicen que son.
Algunos candidatos mejoraron con el tiempo: Salvador Cosío hizo su mejor debate, otros, como el doctor Lomelí no sólo empeoró, sino que conforme le exigían mostraba más y más sus debilidades. Pero más allá de eso fue evidente, por ejemplo, que el candidato del PRD, Carlos Orozco Santillán, el de la izquierda ilustrada (y sí, efectivamente sus ideas son del siglo de la ilustración) sobró en todos los debates.
Me queda claro que el Instituto Electoral está atado a una ley absurda acordada por los partidos. Pero después de esta experiencia valdría la pena que ellos mismos hicieran una valoración y presentaran ante el Congreso algunas modificaciones para que los debates sean de dos en dos y sobre los temas que importan a los electores en ese momento. En el del domingo había tantos temas que resultó imposible, suponiendo que hubiesen deseado hacerlo, debatir.
Que los ciudadanos hagan preguntas no es una mala idea, si se hace bien. Tanto en el debate ciudadano, como en el de Lagos nadie se preocupó, por ejemplo, por volver a redactar las preguntas para que fueran fácilmente comprensibles. Algunas fueron reiterativas y otras ni siquiera tenían que ver con el tema propuesto.
Sueño con un debate de dos y con sólo dos reglas: cada uno tiene 30 minutos que puede usar como quiera y no se vale interrumpir al que está hablando, usan su tiempo cuando quieran y como quieran, pero cuando se acaba, se acaba. El moderador, que sólo recuerda cuál es el tema y cuáles las reglas no tiene más papel que estar ahí para hacerlas cumplir.
Sueño con un debate que en lugar de hacerme cabecear me despierte.