Son o no son, somos o somos
En democracia votan las personas, los ciudadanos, para elegir gobernantes. Vaya obviedad. Pero en México, luego del día de las elecciones inicia el ejercicio de otra democracia, la podríamos llamar VIP, siglas para la expresión en inglés very important person, exclusiva para la clase política, miembros de tribunales electorales y abogados; esa otra democracia que por lo que vamos viendo en Jalisco resulta más trascedente que la primera, la que, unos meses después, ya ni se menciona. ¿Millones de votantes? ¿Miles de mujeres y hombres a cargo de las casillas, del conteo de boletas y de, sobre todo, la legitimidad? Al parecer nada de esto cuenta, no fue sino la introducción para que los especialistas en grilla, en política partidista, en recovecos legales y en lanzamiento de saliva para ver quién conquista más territorio mediático, en breve: especialistas en la búsqueda de poder-a-como-dé-lugar.
El después de los comicios no pretende hacer justicia, tampoco elevar la calidad de vida de la gente, simplemente hacer sentir a quien ganó en las urnas que no ganó tanto, y que si creyó que el haber sido la opción más votada lo torna legítimo, se equivocó: lo que los ciudadanos expresaron con su voto deja de significar en cuanto la codicia personal (cuando más, de grupo) es el rasero ético preferencial, y bregan para conseguir sus fines asidos a las leyes y a los magistrados, quienes en ambas de nuestras democracias tienen el inapelable voto de calidad.
Metidos en el burladero de una noción legalista que desmienten la mala calidad de la justicia que las autoridades imparten, la impunidad imperante y la corrupción que atestiguamos día a día, justificamos el estado de indefinición legal de los resultados: tienen derecho a inconformarse, y peor: aunque ellos y nosotros sepamos que el único sustento para sus querellas es la ambición ajena a la voluntad popular, hay que plegarse a su deseo de, como dicen en Harvard, hacerla de tos, es legal, así sea en detrimento de la democracia y de la necesidad de que el proceso de desformar y formar gobierno suceda rápido, bien y de cara a lo sustancial: los problemas que tiene la sociedad y no únicamente, también de cara a lo que de bueno hay y que requiere que la vida institucional y política no se aleje, más, de su obligación de armonizar lo que le corresponde.
Esto que no podemos negar es su derecho a pelear hasta la última instancia, es asimismo obligación partidista: a los aspavientos que Morena en Jalisco hace porque sus candidatos derrotados, Claudia Delgadillo (pretendía la gubernatura) y José María Martínez (la presidencia municipal de Guadalajara) se suma el interés de la candidata ganadora a la presidencia de la República, Claudia Sheinbaum, por afirmar para su movimiento un poder absoluto sin que el sufragio de la gente efectivamente cuente. Incluso hace una mezcla antidemocrática al explicar que no se reunirá con el gobernador constitucional, Enrique Alfaro, hasta que los tribunales determinen la validez de la elección. Al estilo del régimen lópezobradorista, el presidente y ella o el presidente con ella por encima de la ley, y por encima de las y los jaliscienses. Lo que las urnas no les dieron lo arrebatarán con intimidación jurídica, presupuestal y política, aunque al hacerlo trasladen una porción de poder a personajes a los que la democracia y el bien común les resultan exóticos y cuya su labor será, con el beneplácito de la presidencia, minar todo lo que el estado con su gobierno procure hacer de bueno.
Hasta aquí la explicación quizá luzca adecuada: las circunstancias electorales y políticas, vistas desde la vertiente de algunos de sus actores como una fatalidad, una especie de qué le va uno a hacer, los modos autocráticos avanzan. Sólo que hay una pieza por encajar en el rompecabezas: los ganadores del 2 de junio, los que están cuestionados por el morenismo, Verónica Delgadillo, Guadalajara, y Pablo Lemus, Jalisco, y de paso Enrique Alfaro, gobernador en funciones, por alusión de la candidata ganadora de la presidencia. ¿Por qué no actúan, declaran, reaccionan honrando lo que las y los electores opinaron en las urnas? ¿En verdad el mensaje que quieren pasar es que los tribunales y las groserías de Claudia Sheinbaum tienen una palabra más valiosa que la de los ciudadanos? Del otro lado del pseudo legalismo están un municipio y un estado que, si los triunfadores y el gobernador se descuidan, incluso tan sólo con una actitud equívoca frente al morenismo, quedarán en calidad de colonias, no de un proyecto político, de un autoritarismo cuya conveniencia está muy distante de la de las personas que aquí hacen su vida (incluidas las que cruzaron las boletas a favor de Morena y sus socios).
En octubre la presidenta municipal de Guadalajara será Verónica Delegadillo (también luego, si la elección se repite). En diciembre el gobernador de Jalisco será Pablo Lemus. Ojalá los tribunales resuelvan conforme a derecho y a tiempo: dejar correr los plazos apegados al margen que les da la ley es hacerse comparsas de la grilla -que no es más que eso- que se afana por reducir la legitimidad que Delgadillo (Verónica), Lemus y Alfaro obtuvieron en las urnas, la que les otorgaron quienes sufragaron por ella y por ellos.
Así, no se trata de que el poder político central los quiera y los reciba; no se trata de hacerse simpáticos para el morenismo; no se trata de estirar la mano y decirle a la candidata ganadora de la presidencia: con lo que guste cooperar. Se trata de poner en evidencia el orgullo que entraña gobernar en Guadalajara, en Jalisco. A menos que la democracia ejercida casilla por casilla no fuera sino una simulación y lo realmente buscado sea aquello de rómpeme, pégame, pero no me ningunees.
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