Sobre la tensión geopolítica
La mañana del 21 de febrero de 1972, la puerta del avión presidencial de Estados Unidos se abrió en Pekín, y Richard Nixon descendió por la escalerilla. En el suelo lo esperaba el primer ministro Zhou Enlai. Más tarde, Nixon fue recibido por Mao Zedong en Zhongnanhai, la “ciudad prohibida”. Con un apretón de manos se sellaba un cambio geopolítico trascendental, que marcó el inicio del vertiginoso crecimiento económico de China en las décadas siguientes, hasta convertirse en la potencia desafiante que representa hoy para Estados Unidos.
Uno de los artífices de aquella transformación fue Henry Kissinger, quien, años después, en 2011, publicó su obra On China. En ella analiza la relación entre Estados Unidos y el gigante asiático, reflexionando sobre el papel que ambas naciones desempeñarían en el mundo. Basándose en su experiencia como negociador en la histórica apertura impulsada por Nixon, Kissinger desmenuza la estrategia negociadora china, su visión del poder y anécdotas clave de aquella etapa.
Hoy, el equilibrio de poder global enfrenta una revisión profunda. Los actores han cambiado: Xi Jinping se ha consolidado como el hombre fuerte de una China con creciente influencia económica, política y militar. Mientras tanto, Donald Trump, quien durante su presidencia ya estableció un pulso con China, buscará reafirmar el poder estadounidense en su nueva gestión. En este entorno de tensiones, otros bloques y naciones, como Europa, Rusia, India y, por supuesto, México, se ven obligados a ajustar sus estrategias para adaptarse al nuevo escenario global.
En este contexto, las ideas de Kissinger son especialmente pertinentes. Él compara el pensamiento estratégico chino con el *weiqi* (conocido como *go*), un juego que no busca victorias rápidas, sino el dominio gradual del tablero. Este enfoque contrasta con la estrategia occidental, que privilegia resultados inmediatos y decisivos, como en el ajedrez. La estrategia china prioriza el largo plazo, el equilibrio de fuerzas y la creación de condiciones favorables para sus objetivos.
China ha percibido a Estados Unidos como una potencia que amenaza su soberanía, pero también como un modelo de innovación y tecnología que puede ser útil para su desarrollo. Los líderes chinos evitan la confrontación abierta mientras aseguran sus intereses estratégicos. México también ha recelado siempre de los Estadounidenses pero ha asimilado una posición pragmática pero ha sido insuficiente para consolidar una mayor autonomía estratégica, como si lo consiguieron las reformas económicas impulsadas por Deng Xiaoping, que adaptaron a China al entorno global.
México, se encuentra en un proceso de consolidación como potencia industrial intermedia, con una fuerte presencia en el comercio del continente americano. Al igual que China lo ha hecho durante décadas, México necesita transformaciones profundas que fortalezcan su competitividad, innovación y autonomía económica para generar valor y bienestar para su población.
La historia demuestra que las estrategias basadas en la paciencia, el pensamiento a largo plazo y la elusión de confrontaciones directas pueden ser eficaces. Así ocurrió entre China y Estados Unidos, con Europa en la construcción de la Comunidad Europea y con Rusia durante la Guerra Fría. Kissinger ya advertía en On China*la importancia de acuerdos estratégicos para evitar conflictos directos.
Más de dos décadas después de la histórica visita de Nixon a Pekín, México y Estados Unidos firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el acuerdo comercial más exitoso de la región. Este pacto colocó a México en la ruta de un cambio estructural en su economía y coincidió con una transición democrática agitada, pero finalmente exitosa. Sin embargo, a diferencia de China, el Estado mexicano no ha desarrollado una política emprendedora que estimule de manera activa el crecimiento. En cambio, han sido las fuerzas del mercado las que han impulsado el comercio internacional.
Hoy, la coyuntura exige una estrategia clara para fortalecer la competitividad y la resiliencia de nuestra economía. Es indispensable identificar, fomentar e impulsar sectores clave con una visión de largo plazo. Esto incluye consolidar el mercado interno, reforzar la gobernanza y evitar la estridencia política que muchas veces distrae del verdadero propósito: construir una economía robusta y sostenible.
Los tiempos de cambio son oportunidades.