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Sobre el INE

El reconocimiento temprano el mismo día de los comicios, de que Andrés Manuel López Obrador era el candidato favorecido por el voto popular, despresurizó el ambiente electoral de inmediato. En cuanto Meade y después Anaya reconocieron su derrota, aun cuando el trabajo en las casillas no terminaba, bajó la tensión que se vivía en todo el país, luego de un proceso intenso, polarizador y sobre todo violento, el más violento en la historia del México contemporáneo, con un saldo de más de 100 políticos asesinados entre aspirantes, candidatos y funcionarios.

Si había maquinaria esperando para operar un fraude, se desactivó; y si había equipos de juristas para impugnar las elecciones, se disolvieron. Todo fue muy rápido e increíblemente terso, sin aspavientos, ni escándalos de ningún tipo (me refiero, claro, a la elección presidencial, no a la de Puebla).

Los que tenían que reconocer que perdieron lo hicieron; y los que tenían que aceptar públicamente las tendencias de la votación, también, tanto el INE como la Presidencia de la República. En estos momentos López Obrador es el virtual Presidente electo de México en espera sólo de la constancia correspondiente que le entregará el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, probablemente en un mes, la fecha límite es el 6 de septiembre, pero se puede adelantar considerando que no ha habido impugnaciones.

Todo parece casi perfecto, ¿verdad? Al día siguiente de las elecciones, Lorenzo Córdova, presidente del INE, reconoció la “civilidad” de los actores políticos, pero dijo algo más: que México está “decididamente en la ruta de reconstruir la confianza en el sistema electoral”. Qué bueno que lo dijo así, reconstruir la confianza, porque la manera en que se desarrolló la jornada electoral deja mucho qué desear y es fundamental hacer una serie de ajustes urgentes, de aquí a las próximas elecciones dentro de tres años.

De entrada, la capacitación a los funcionarios de casilla fue, en general, deficiente, muy. Sé que es una labor titánica. Once millones y medio de mexicanos salieron en el sorteo y un ejército de visitadores y capacitadores (más de 45 mil) del INE fueron a sus casas para hacerles la invitación a participar. Del total, seleccionarían a un millón 400 mil para integrar las mesas directivas de 150 mil casillas que se instalaron en todo el país. Titánica y todo, pero para eso el INE y para el resto de sus actividades, dispuso para este año de un presupuesto de 24 mil 215 millones 327 mil 986 pesos; habían pedido 25 mil millones pero en el Legislativo les quitaron alrededor de 800 millones de pesos.

Es un dineral. La cuestión es que, además del presupuesto, el más alto en la historia de las elecciones en México, desde 1992 el INE, antes IFE, tiene servicio electoral profesional y se supone que tal herramienta debería repercutir en una mejor operación del organismo; en personal especializado que con base en su experiencia sabe transmitir el conocimiento para que elección tras elección siempre se mejore. Para los 26 años de operación del servicio electoral profesional y el dineral, no hay equivalencia en el terreno de los hechos.

Es cierto que una gran parte de la organización de las elecciones está diseñada con base en los niveles de desconfianza de los mexicanos. Una desconfianza que tanto los partidos como los organismos electorales se han ganado a pulso. Lo logrado por el IFE de José Woldenberg se tiró a la basura y la recuperación ha sido lenta y dificultosa.

Esto tiene que cambiar, urge. Cualquier modificación en la materia se tiene que empezar a implementar cuanto antes. Hay consejeros que están impulsando, una vez más, la introducción de urnas electrónicas, pero igual se topan con el muro de la desconfianza. Puede ser eso u otra cosa: ampliar el tiempo de capacitación a los funcionarios de casilla; dar por lo menos una hora para instalar las casillas, media hora no es suficiente si se tienen que armar las urnas y las mamparas, contar las boletas y firmarlas de una por una (la famosa rúbrica) los representantes de partidos y de candidatos independientes; informar con la mayor claridad posible sobre las casillas especiales que elección tras elección causan problemas y, en primerísimo lugar, reconocer y respetar el trabajo de los funcionarios de casilla que casi tiran el trabajo del día cuando antes de las nueve de la noche, mientras estaban contando, armando paquetes y llenando actas, ya había ganador y perdedores.

No todo es miel sobre hojuelas y la autoridad electoral no se puede descuidar por nada. Se requiere una revisión profunda en aras de que opere mejor.


(lauracastro05@gmail.com)

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