Si todo sale bien…
Si todo sale bien, cosa poco común en el Poder Legislativo, hoy por la mañana tendremos nueve nuevos magistrados y un nuevo miembro del Consejo de la Judicatura. Si todo sale bien estos nuevos magistrados habrán pasado todos por el tamiz de un examen de control de confianza, otro de conocimiento y una evaluación de su trayectoria -no vinculante- de un grupo de expertos de diferentes universidades e instituciones convocadas por el Comité de Participación Social del Sistema Anticorrupción. Si todo sale bien este podría ser el principio de una renovación (no refundación) del Poder Judicial del Estado.
Los nueve magistrados serán repartidos con un sistema de cuotas. No es lo ideal, pero es menos peor que exista un reparto de posiciones entre las diferentes bancadas a que el gobernador los nombre a todos, como solía suceder. De hecho, si revisamos lo que sucede a nivel nacional con los nombramientos de la Suprema Corte es el Presidente de la República y sólo él quien puede proponer las ternas, que por lo demás vienen con indicativo de cuál de los tres es el bueno, como lo acabamos de ver con los nombramientos recientes de las ministras. En el Estado, al ser el Congreso quien tiene la responsabilidad de todo el proceso, la designación se da en función de la representación. Por supuesto que sería ideal tener una ley de designaciones públicas que evitara esta discrecionalidad, pero al menos en esta ocasión el proceso limita, gracias a los exámenes, a los elegibles. Lo que hay que vigilar con lupa son los posibles conflictos de interés y los compadrazgos que, como siempre, serán la tentación de los poderes constitucionales y fácticos, los llamados grandes electores.
Pero cambiar magistrados, si bien ayuda, no resuelve los problemas de fondo: la precariedad y la corrupción del sistema judicial
La renovación de cerca de una tercera parte de los magistrados del Supremo Tribunal es sin duda una oportunidad de darle un nuevo rostro al Poder Judicial. Pero cambiar magistrados, si bien ayuda, no resuelve los problemas de fondo: la precariedad y la corrupción del sistema judicial. Contrario a lo que se piensa, el trabajo de jueces y magistrados no es meter gente a la cárcel. Ese es sólo uno de los mecanismos de la justicia, pero no es ni de lejos el más importante. Hacer justicia es resolver conflictos, reparar daños, concertar acuerdos, impedir abusos. Mientras el Poder Judicial no tenga autonomía política y solvencia moral y económica seguirá siendo la pata coja del sistema de tres poderes y una extensión y expresión de los poderes del Estado.
Si todo sale bien con los nombramientos, hoy comienza una larga y compleja tarea de renovación del poder más desdeñado, más opaco y olvidado del Estado. Y hay que enfatizar el “si todo sale bien…” porque, como hemos visto, con esta Legislatura la posibilidad de que todo salga mal es altísima.
diego.petersen@informador.com.mx