Si no votas, ¿no te quejes?
Como en cada elección para renovar los Poderes públicos, se hace en paralelo una profusa campaña para llamar a los electores a que acudan a votar. Se hace desde los organismos electorales, o desde instituciones como la Iglesia, las universidades, los medios de información, y hasta las empresas privadas.
No es nuevo este lema pero ha sido elegido por una empresa de comunicación para, presuntamente, invitar a la gente a votar. Se les dice que votar es importante, pero que “si no votas, no te quejes”. Es decir, se termina regañando a quienes deciden no votar. Estamos hablando de la población de los abstencionistas, es decir, de las personas que por cualquier razón deciden no ejercer el derecho a votar.
Para ahondar en las implicaciones de estos llamados a ir a votar, vale la pena dimensionar la magnitud del problema. Contrario a lo que se cree, el abstencionismo no es una disfuncionalidad del sistema electoral en México, sino parte constitutiva del mismo. Desde los tiempos de la consolidación del sistema político-electoral después de la Revolución mexicana, históricamente casi la mitad de las personas en edad de votar, dejaron de hacerlo, ya fuera por falta de información, de educación o por la intuición de que se votara por quien se votara, de todos modos se imponían los candidatos del entonces partido dominante: el Revolucionario Institucional (PRI).
Con la llegada de la alternancia se supondría que el interés por las urnas aumentaría, pero incluso en la elección de julio del 2000 en la que el panista Vicente Fox derrotó al PRI, el abstencionismo fue de 36%. Un porcentaje similar a la elección del pasado 2 de julio de 2018 que llevó a la victoria al actual Presidente Andrés Manuel López Obrador. Hace seis años había una lista nominal 89 millones 250 mil 881 mexicanos en edad de votar pero sólo participaron 56.6 millones en tanto que 32.6 millones se abstuvieron de hacerlo, lo que representó 36.6 por ciento.
Ese mismo año la abstención incluso fue mayor en Jalisco en la elección para gobernador. Hace seis años la lista nominal era de cinco millones 911 mil 571 electores pero apenas votó el 58.51% de ellos, mientras que dos millones 452 mil 331 se abstuvieron de ir a las urnas, lo que representó 41.49% del total.
Usualmente se descalifica a los abstencionistas por no acudir a las urnas. Se suele hacer desde una posición de superioridad moral y política considerando a los que no votan como flojos o irresponsables cuando no se exploran las causas políticas que llevan a millones de personas a abstenerse de votar por no sentirse interpelados por ninguna de las opciones políticas en contienda.
Sin dejar de reconocer que existan personas que por mera y legítima decisión personal decidan ese día tomarse unas cervezas con los amigos en lugar de ir a votar, se debe incluir entre los abstencionistas otras razones como las técnicas (imposibilidad de registrarse), de movilidad personal (personas que no pueden moverse por sí mismas) pero sin dejar de descartar razones políticas conscientes y reflexionadas.
Hay un sector de la población importante que decide de manera deliberada no ir a votar porque no se siente representado por ninguna de las opciones políticas que le presenta la clase política profesional, porque considera que todas las opciones son lo mismo, o que se ha sentido traicionado por el incumplimiento de promesas en elecciones anteriores o sencillamente porque no están de acuerdo en este sistema político de democracia liberal representativa que arrebata a los sujetos el derecho a participar directamente en la toma de decisiones que conviene a la sociedad para depositarlas en representantes que, por lo general, atienden a sus propios intereses y de los poderes fácticos .
Si nos atenemos a las tendencias, este 2 de junio serán cerca de 35 millones de personas las que no irán a las urnas, y a pesar de no hacerlo y de las campañas que los regañan, también tienen derecho a quejarse por lo que no les gusta y por los graves problemas que existen en este país. Y también tienen derecho a quejarse por un sistema político que no los representa.