Si estoy soñando, no me despierten
No sé ustedes, pero tras el triunfo de Donald Trump pasé varias semanas con la sensación de que en cualquier momento despertaría y descubriría que todo no había sido sino una pesadilla. Me resultaba increíble que un bufón ignorante y buleador hubiese ganado las elecciones de Estados Unidos. Que Donald Trump llegara a la Casa Blanca parecía un mal chiste, una trama de película de presupuesto B.
Algo parecido me está sucediendo con el triunfo de López Obrador y la derrota apabullante del PRI, solo que en sentido inverso. A ratos he abrigado el temor de despertar y enterarme de que eso solo sucedió en mis sueños; que encenderé la televisión y veré a Emilio Gamboa levantar la mano de un exultante José Antonio Meade, mientras ambos agradecen a los ciudadanos su fidelidad al PRI y su espaldarazo al gobierno de Peña Nieto.
Y es que por momentos se antojan irreales los resultados que hemos estado escuchando en los últimos días: una especie de carro completo para Morena y una barrida al PRI en toda la línea. Como decían los clásicos, un partido de futbol de seis puntos: ganó el querido y perdió el odiado en el mismo match. Y si además se confirma que pierden su registro varios de los partidos paleros dedicados a la extorsión política pediré que, si es un sueño, por favor no me despierten.
No soy incondicional de López Obrador, pero estoy convencido de que las otras opciones agotaron sus posibilidades de hacer algo significativo para paliar (ya no digamos resolver) la corrupción, la ausencia de Estado de Derecho, la inseguridad, la desigualdad y la pobreza. PRI y PAN gobernaron durante los últimos 18 años y más allá de que lo hayan intentado o no, fueron incapaces de resolver estos problemas. Peor aún, da la impresión de que el país se les ha estado disolviendo en las manos, sobre todo en regiones en las que el crimen organizado o la corrupción han tomado el control. No, todavía no estamos ante una situación de Estado fallido, pero cómo se le parece en algunas zonas en las que las comunidades se toman justicia por propia mano o el narco impone autoridades locales y la extorsión se generaliza hasta convertirse en una suerte de carga fiscal. Mi impresión es que tanto Meade como Ricardo Anaya eran proyectos que quedarían atrapados en la misma trampa que sus antecesores: pertenecen a una élite y a una red de intereses que terminan maniatando cualquier posibilidad de un cambio real.
En ese sentido, el arribo de López Obrador al poder no asegura nada, pero al menos representa una sacudida al sistema. Si fuera una partida de póker diría que equivale a una ronda en la que todos los jugadores cambian cuatro de las cinco cartas. Es probable que obtengamos un mejor juego del que teníamos; si no por otra cosa porque el anterior era deplorable.
Por lo pronto, los últimos días han estado plagados de buenas señales. López Obrador ha conjurado los riesgos de una reacción desestabilizadora de parte de los actores políticos gracias a una estrategia conciliadora. Empresarios de todos los niveles, la presidencia, los rivales, los militares, los medios de comunicación o el clero han recibido un guiño de parte del virtual presidente electo y estos han respondido con cordialidad, algunos incluso con entusiasmo.
Lo más importante es lo que está pasando entre la gente. La sorpresa frente al contundente triunfo se ha transformado en una corriente de expectativas preñadas de optimismo que comienza a extenderse a distintos sectores sociales. Súbitamente cobramos conciencia de que se trata de una partida completamente nueva, en la que las tres fuerzas políticas que dominaron las últimas décadas (PRI, PAN y PRD) han pasado a segundo plano. Algo bueno está pasando aunque bien a bien todavía no sabemos qué ni cuánto. Por lo pronto se vale soñar, ya habrá tiempo para despertar.
@jorgezepedap
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