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Sembrando bombas

Resulta de una crueldad inconmensurable imaginar a un niño jugando y, al escarbar en la tierra, hacer explotar una bomba que le priva de la vida. Casos como este tratan de ser prevenidos mediante la prohibición internacional del uso de las llamadas bombas de racimo (Cluster munitions). El tema ha vuelto a ser objeto de debate luego de que el presidente Biden autorizara su envío a Ucrania.

Las bombas de racimo son un método para dispersar grandes cantidades de diminutas minibombas desde un cohete, misil o proyectil de artillería, que las esparce en pleno vuelo sobre una amplia zona. Están destinadas a explotar al impacto, pero una proporción no es efectiva, lo que significa que no explotan inicialmente. Esto sucede especialmente si aterrizan en suelo húmedo o blando. Luego pueden llegar a explotar en una fecha posterior al ser levantadas o pisoteadas, matando o mutilando a la víctima. Desde una perspectiva militar, pueden ser terriblemente efectivas cuando se usan contra tropas terrestres atrincheradas y posiciones fortificadas, como sucede con las defensas rusas en el sur y este de Ucrania.

La guerra que se libra ahora allí ha sido un campo de pruebas para las armas letales más novedosas: los drones y los proyectiles dirigidos. Hay de todo tipo, desde las más viejas reliquias de hace décadas hasta las más sofisticadas de ambos bandos combatientes. De hecho, los rusos ya han usado este tipo de bombas de racimo en suelo ucraniano, poniendo en peligro a la población civil.

El uso de estas municiones provoca prácticamente la siembra de bombas que fallaron y no explotaron, convirtiéndose en amenazas cuando las hostilidades culminan y perduran durante décadas, poniendo en peligro la vida de la población civil y especialmente de los niños, quienes siempre tienden a investigar lo que encuentran en el suelo. El peligro es tan real que un grupo de países, entre ellos México, promovieron la suscripción de un tratado internacional que las prohíbe, el cual entró en vigor en 2008. El instrumento está vigente para 123 países, entre los que no se encuentran Estados Unidos, Ucrania, Irán o China, y en América Latina, Brasil y Argentina. Sin embargo, algunos de los aliados de la OTAN han suscrito el instrumento y comenzado a manifestarse en contra de la decisión militar, incluido el Reino Unido.

La decisión de Biden tiene un profundo significado dentro de la crueldad de la guerra: es un paso en el pragmatismo que busca resultados efectivos a corto plazo y denota que los ucranianos se están quedando sin recursos bélicos eficientes para su ofensiva en marcha, y estas armas pueden marcar la diferencia.

Muchas de las 123 partes signatarias de la llamada Convención de Oslo de 2008, que prohíbe la producción, el almacenamiento, la venta y el uso de municiones en racimo, ya han alzado la voz, entre ellas la Canciller designada de México, Alicia Bárcena, quien emitió un posicionamiento llamando a no usar estas municiones.

Los efectos de la decisión no solo se sentirán en el campo de batalla, donde se seguirán sembrando bombas, sino también en la unidad táctica de la OTAN y en la arena política de Estados Unidos, donde a Biden le urge mostrar efectividad en la costosa guerra que ya es parte fundamental de la narrativa electoral en la que se enfrenta a Trump y a DeSantis.

El argumento esgrimido de que los rusos han usado estas municiones y han atacado a la población civil en toda Ucrania es real, pero deja de lado las restricciones morales que deben existir en cualquier conflicto. La pregunta es si se justifica el uso de la misma brutalidad que el enemigo con tal de derrotarlo. La historia está llena de ejemplos de la irracionalidad de la guerra, pero al mismo tiempo la humanidad lucha por poner límites a estos actos que no hacen más que autodestruirse como especie humana. Se ha cruzado un Rubicón en esta guerra que desbordará sus efectos en Europa y Estados Unidos. Afortunadamente, México mantiene su posición a favor de la paz y la multilateralidad, oponiéndose a la siembra de bombas.

luisernestosalomon@gmail.com

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