Ideas

Seguirles, o no, el juego

Hay que hablar y escribir de cosas graves. No están los tiempos para desperdiciar la posibilidad de la comunicación en temas que no ayuden a la sociedad a entender, entenderse y entendernos en medio del marasmo cuyas hebras son la política, la economía, la inseguridad, pobreza, la corrupción, la disputa inmoral por el poder, la impunidad y las leyes subsumidas en una sola: protéjase, sálvese, sobreviva quien pueda. Estas son las materias graves, algunas de ellas, sobre las que, eso parece, no solo es necesario escribir, es imperativo. Qué alivio para la conciencia, qué satisfacción suponer que estamos en el centro de la metafórica plaza pública y decir o de perdida insinuar: así está la vida en común y si es uno lo suficientemente osado o desparpajado, atreverse a asegurar: esto hemos de pensar y de hacer, lo que al cabo es mueca detrás de la cual está embozado un yo rotundo que se solaza ante una certeza ridícula: soy líder de opinión, ingravidez egocéntrica, inútil, frente a las dictaminadas “cosas graves”.

Pero la realidad es jueza implacable. Basta salirse unos milímetros de la burbuja que contiene a los políticos profesionales y los diletantes, a los autopropuestos líderes intelectuales, morales, históricos del clan, para que la importancia que pregonan para sus asuntos y para sí mismos se difumine. Burbuja-estadio en la que sucede el juego que podríamos titular “nadie como yo en medio de ustedes”; aunque la realidad externa a esa burbuja tenga poco que ver con lo que en su biósfera ocurre. De las pláticas alrededor del fútbol, los conciertos de cualquier género, los espectáculos callejeros, las ventas tipo tianguis que convocan a decenas de miles, a las calles del centro de cualquier ciudad con la gente paseando nomás por pasear, en la burbuja no se enteran de la vigencia del impulso milenario que nos distingue: congregarnos, para mercar y gozar, para protestar o por el gusto de formar comunidades. Sería interesante extraer de su burbuja a alguno de los especímenes que la pueblan y colocarlo en medio de la multitud (para el experimento es indiferente que sea mujer u hombre) ¿se sentiría igual respecto a sí mismo sin la aquiescencia de los signos previamente acordados con aquellos que lo leen o escuchan? ¿Alguien ajeno a su hábitat exclamaría al verlo: ahí está uno que nos guía hacia lo trascendente? No, ya quedó dicho: la realidad es jueza implacable, es plural y sin miramientos coloca a cada cual, a cada colectivo en su sitio.

Pero hay también las realidades individuales. Sus gestos y recurrencias son fundamento, para bien y para mal, de la sociedad. Para exaltar el carácter profundo de esos gestos los llamamos ritos, forman la cultura; los de la comida y la vida familiar (comoquiera que ésta esté conformada), los de la manufactura y disfrute de las artes, los de la religión, los que ejercemos con los amigos, y los más íntimos aún: los practicados en soledad. (Los fragmentos de poemas citados a continuación prescindirán de la barra que distingue la división entre versos, para facilitar la lectura). “Llamar al pan el pan y que aparezca sobre el mantel el pan de cada día; darle al sudor lo suyo y darle al sueño y al breve paraíso y al infierno y al cuerpo y al minuto lo que piden; reír como el mar ríe, el viento ríe, sin que la risa suene a vidrios rotos;” La vida sencilla tituló Octavio Paz el poema de los versos previos, y cierra: “Y que a la hora de mi muerte logre morir como los hombres y me alcance el perdón y la vida perdurable del polvo, de los frutos, y del polvo”.

La vida sencilla, es decir, la realidad fundadora de realidades, tan simple como recordar que el 19 de abril Paz acaba de cumplir 25 años de haber muerto y que, del otro lado de sus ensayos sobre política, arte, historia, devenir de las ideas y sobre mexicanidad, está lo  nodal de su obra: la poesía. Se podrá alegar que ésta es parte de lo otro, que el todo es el que cuenta para valorarlo; tal vez, pero no importa, es la vida sencilla representada por la poesía que ha estado con nuestra especie desde que supimos que éramos de uno en uno a condición de serlo con los demás. Lo elemental de lo que hoy conocemos como civilización; por ejemplo, escuchar música, tomar un libro y tocar el volumen, mirarlo, olerlo y que el azar elija la página, en la que sea hallaremos porciones de nuestra vida, en las palabras que son pensamientos, sueños, temores, pesares y alegrías. Vida que medimos solos y acompañados; podría ser desde el poema emblemático de Octavio Paz, Piedra de sol: “y vislumbramos nuestra unidad perdida, el desamparo que es ser hombres, la gloria que es ser hombres y compartir el pan, el sol, la muerte, el olvidado asombro de estar vivos; amar es combatir, si dos se besan el mundo cambia, encarnan los deseos, el pensamiento encarna, brotan alas en las espaldas del esclavo, el mundo es real y tangible, el vino es vino, el pan vuelve a saber, el agua es agua, amar es combatir, es abrir puertas, dejar de ser fantasma con un número a cadena perpetua condenado por un amo sin rostro”.

¿Hay que hablar, escribir sobre las cosas graves que impone un grupito metido en su burbuja? Ojalá lo hagamos cada día menos, y que se alce la voz con las palabras que definen vidas concretas y próximas, las que se cuentan al interior de un librero, en los museos y galerías, en las calles, que estallan en un grito, ¡gol!, o se escuchan en un coro multitudinario, de repente silente, alrededor de los acordes de una banda que congregó a miles o a cientos, da lo mismo. Escribió Paz: “saber partir el pan y repartirlo, el pan de una verdad común a todos”.

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