San Juan de Dios
El mes de marzo cerró con el incendio parcial del gran mercado de San Juan de Dios. Algunos medios de comunicación lo informaron con los tintes amarillistas y, en consecuencia, irresponsables, de “se quemó el mercado de San Juan de Dios”, provocando no solamente la alarma de los comerciantes sino ahuyentando a los clientes. El porcentaje afectado no llegó al 20%, gracias a la pronta, oportuna y, sobre todo, eficaz intervención de los heroicos bomberos.
No es cualquier mercado, ni su edificio es cualquier estructura. San Juan de Dios es el alma comercial, típica y tradicional no sólo de un barrio, sino de Guadalajara. Nacido como un mercado al aire libre, allá en el siglo XVIII, en torno al hospital de San Juan de Dios, de donde todo mundo tomó el nombre, es decir, el barrio, el templo y el mercado, fue creciendo favorecido luego por la presencia de la gran casa de Misericordia conocida como “Hospicio Cabañas”, la posterior Plaza de Toros, “El Progreso”, y la famosa arena “Coliseo”. Vino después la zona de cines, hoteles y restaurantes de la Calzada Independencia, la Plaza de los Mariachis, y una sinuosa, oscura y ruidosa zona roja, todo siempre bajo el manto del mercado San Juan de Dios.
También en sus inmediaciones hubo dos modernos supermercados que ya son historia, mientras el mercado popular y siempre populoso sigue vivo y pujante, y lo que es más, creciente. Pero justo su poder económico incuestionable ha sido su peor enemigo, produciendo desde hace décadas un impresionante hacinamiento de puestos y más puestos y sobrepuestos, que acabaron estrechando los pasillos en sus tres pisos. Cada nuevo “local” añadido significaba enchufes y focos, y si era de comida, coladeras, conexiones para gas, y lo que se junte, arreglos y adecuaciones caseros, y pagos de rentas, y por desgracia, de “piso”, sin que nada de esto significara garantizar la seguridad del inmueble y de sus usuarios.
En el conjunto de telarañas formadas por cables, tubos y conexiones del más variado tipo, sólo un milagro podía explicar el que las cosas siguieran funcionando, frente al igualmente arriesgado y opresivo cúmulo de mercaderías inflamables que podía apreciarse apretujadas por muchos lados.
Aún así, ir a San Juan de Dios ha significado siempre ejercer una inmersión de múltiples sensaciones, una experiencia que no se tendrá jamás en ninguno de los modernos centros comerciales del poniente tapatío, de igual manera, la experiencia vespertina de los comerciantes de aquellas asépticas plazas, nunca será la de los comerciantes de San Juan de Dios, en términos de “efectivo”. En San Juan de Dios no hay glamour, hay dinero que se mueve aquí, sin marcas ni firmas internacionales que se lo lleven a moverse en otras latitudes.
Por otro lado, mientras que el mercado Corona solamente ha tenido un edificio valioso y respetable en su más que centenaria historia, el mercado de San Juan de Dios tuvo la fortuna de quedar finalmente albergado dentro de un edificio que es icónico de la arquitectura contemporánea, con un diseño que entendió, asumió y armonizó los antiguos “tendidos” de los “tianguis”, dándoles un nuevo elevado y airoso rostro en un espacio de desniveles inteligentemente aprovechados, así, a un plus, vino otro, toda una institución insignia que debemos cuidar y conservar.
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