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Salmerón, el aviador fiel

La propuesta del presidente López Obrador para que el historiador Pedro Salmerón sea embajador en Panamá ha desatado pasiones y una discusión no por añeja menos pertinente: ¿quién debe representar al país en el extranjero?

A nadie extraña, aunque disguste, que las embajadas se usen para pagar favores o resolver problemas políticos. La historia es larga y prolija en esta materia. Desde ex presidentes exiliados a través de una embajada, como fue el caso de Gustavo Díaz Ordaz enviado a España, aunque nunca presentó credenciales (Un disparo en la oscuridad, de Fabricio Mejía Madrid, es una extraordinaria novela sobre esos días oscuros del expresidente) o el ya centenario Luis Echevarría que roló como embajador por el Pacífico Sur, incluyendo islas Fiji, hasta políticos en desgracia que negociaban una embajada para salir del problema, como fue el caso del ex gobernador de Jalisco, Guillermo Cosío Vidaurri, que terminó en Guatemala, o Mariano Palacios Alcocer, a quien Peña Nieto le pagó sus servicios políticos con la embajada en Lisboa.

Tampoco es la primera vez que un presidente intenta congraciarse con la oposición usando el servicio exterior. Ernesto Zedillo le propuso al entonces líder el PAN en el Senado, Gabriel Jiménez Remus, la embajada de Madrid. Su partido, como sucede ahora con los ex gobernadores priistas, le pidió que no aceptara y se quedó. Mismo caso para intelectuales consentidos del régimen premiados con embajadas y consulados.

El presidente dice que no hay denuncias formales ni judiciales en su contra. En lo segundo tiene razón, pero las denuncias que se presentan ante una autoridad universitaria son absolutamente formales

El caso de Pedro Salmerón es distinto. Lo que se cuestiona es su comportamiento. Concretamente se le señala por acoso y fue uno de los casos más comentados del #MeToo en 2019. Tan fue un problema que se le obligó en aquel momento a dejar la dirección del Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre las Revoluciones en México y lo enviaron como refugiado al Museo Regional de Guadalajara, que depende del INAH, donde fue un aviador por dos años. Su aporte fue nulo, nada extraño, pues Occidente le es ajeno personal y profesionalmente: nació en Coatzacoalcos, creció en Celaya, estudió en la Ciudad de México y su tema de especialidad es la Revolución Mexicana, no la historia regional.

El presidente dice que no hay denuncias formales ni judiciales en su contra. En lo segundo tiene razón, pero las denuncias que se presentan ante una autoridad universitaria son absolutamente formales. En los dos años que han pasado desde que fue señalado no quedó claro que las acusaciones fueran falsas, las víctimas ahí están y lo siguen señalando. Simplemente dejaron correr el tiempo. 

El Senado de la República deberá ratificar el nombramiento y el Gobierno de Panamá aceptarlo. Ambas cosas podemos darlas por hecho. La pregunta es dónde está el cambio, en qué es distinto un gobierno que protege y premia a los suyos por el simple hecho de ser suyos, que hace de la fidelidad el valor superior del gobierno y de la pertenencia a la camarilla el argumento.

diego.petersen@informador.com.mx

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