Rosana Romo Pérez
En un espacio geométrico la parábola es eso, un espacio de los puntos de un plano que tiene equidistancia respecto a un punto fijo y una recta, una curva cónica como la caída de agua de una gran cascada.
En un poeta la parábola es la locura, a veces entendible, otras, un paradigma, el gran filósofo griego Platón, apuntaba: “La palabra viene a determinar lo que son las ideas o los tipos de ejemplo de una cosa en cuestión”. También es aquello que debe ser observado con detenimiento, poseer dichos interrogantes, algo dramático de ver la realidad, de diferente forma como lo ven los demás. Un poeta posee antonomasia. A una alondra le puede aderezar un color inexistente y quitarle su adjetivo diurno al igual que a la nube le acondiciona música. Da honor al compañero perro y hasta le dedica unas letras, cuenta de su rescate en la calle polvorienta tras encontrarlo con sarna, moribundo, con la cola entre las patas por el temor de ser atropellado y asegura que su perro tiene alma porque llora cuando lo deja sólo; y ríe cuando las manos de su amo lo palmean.
Un poeta, casi siempre vive en la penuria, las letras no le dan para un buen carro, algunas veces, recibe aplausos; y entonces sus ojos se vuelven rutilantes y se agrandan como niño cuando va a la feria… siempre defenderá su causa, esa que le dicta la conciencia de hacer ver al mundo la belleza de las cosas a través de andar descalzo para sentir la tierra, y una que otra espina, le sucede que le llegan lagunas ortográficas, esto es cuando debe y no puede, entonces se convierten en días secos y sinuosos. Dice que mañana dejará de jugar a ser soñador y planeará su viaje ¡Es un loco! La ola tiene forma de mujer y vestido flotante, platica con ella y la lleva en el tren para llevarla a casa mientras cuchichean y ríen, sólo un Octavio lleno de Paz puede hacer vivir a una ola.
El poeta nunca muere, se disfraza, te puedes tropezar con él en una fuente o en un crepúsculo, la soledad es su devota compañera, camina largo rato por la playa volviendo a sus nostalgias infantiles; es un fruto de consumo consumado. Viaja por el mundo y se convierte en un acérrimo observador. Recuerda cuántas cosas escribe compensando la falta que le hace escucharlo, algunos tienen la fortuna de convertirlos en trovas.
¿Qué es un poeta?
Quizá sea un Adán o un águila, o la tosquedad de un canguro, camina encumbrado y silencioso ¡Siempre tan impredecible!
Colecciona caracolas y conchas fracturadas, arenas incoloras y brisa del desierto, sé que sueña en blanco y negro y borra los recuerdos más hirientes.
Otras veces es galaxia salpicada de color, siempre adopta el mismo tono lacerante, pero va perdiendo filo, lo han pulido algunos astros.
Manías que el tiempo le ha dejado, las mismas poses adoptadas desde niño,
mástil de experiencias, voz de las cenizas queriendo regresar lo que dejó atrás.
Desea mantener la luz de un cerillo tras la puerta de la noche misma, aspirando el aroma se consuela y el humo se escapa en la rendija.
La palabra nace cuando el infante llora por primera vez y la última se ahogará a la hora de morir en un cúmulo de sabiduría. La palabra poética dice lo que no dice, es simple y un poco trastornada, los gigantes que escriben describen un simple gusano en una crisálida. El silencio adquiere ruido cuando alguien lo convierte en sonido y miente para hacer creer que aunque no haya sol, brilla el día con tanta intensidad como cuando pasa la tormenta. Habitará la palabra en el poeta y viceversa cual si fuera parte de su ser. Un corazón pasivo necesita la fuerza de otro para escuchar su “pum, pum, pum” en el excéntrico enamoramiento.
Juguetean haciendo piruetas las letras, las palabras y el poeta, he ahí que de todo esto renace la palabra “amor” con toda la astucia de una fruta jugosa. Es fuego que se enciende una y otra vez, las pavesas bailan al compás de un poema deletreado.