Ideas

Romper la inercia que sirve al autoritario

En una entrevista radiofónica en 1971, que luego fue un artículo en el Excélsior de entonces, Octavio Paz declaró, entre otras cosas, que en México el debate se complica por “esa perpetua oscilación entre la gritería y el monólogo”, unas, unos gritan y los detalles se vuelven inentendibles, alguien a lo lejos monologa. Esta descripción encaja con la sensación actual de que el país está polarizado: el Presidente en soliloquio, con no pocos seguidores cautivos, o mejor: cautivados y con los que no busca interlocución, y el resto, vocerío que se le opone sin concierto.

Es una polarización peculiar, o si prefieren, de nuevo cuño: si en el echeverrismo el mandatario fingía no oír la gritería -aunque sí se hacía cargo, en los hechos, de las más conspicuas voces, de las protestas, con censura y represión-, el lópezobradorismo no sólo toma nota de lo que sus malquerientes exponen, los racionales y los irracionales, les responde cada mañana: adjetivaciones y juicios sumarios, sin renunciar a las armas de su antecesor: violencia que perfila una censura y persigue la autocensura. Con denuedo las emplea y para disimular no hay semana en la que no salga a celebrar la libertad de la que los mexicanos gozan, sin embargo, no deja de sugerir que su investidura le permite emplearla más a fondo que nadie y por ello es el único calificado para señalar los excesos, claro, los de los otros.

En el lapso de unos treinta años entre el autoritarismo tradicional, del que Echeverría es una muestra, y el de ahora, cuando había elecciones, las posturas encontradas no se desentendían tan cínicamente de la realidad que no era la de respectivos anhelos en campaña. El mérito para que esto fuera así residía en el impulso, así no fuera consciente, para transitar a una democracia plena: de los seguidores de cada bandería, el de quienes no tomaban partido sino a la hora de votar y el de los medios de comunicación (con sus asegunes); el ánimo generalizado era no volver a los tiempos en los que el voto y la gente eran lo de menos, la confianza en las instituciones electorales marcaba alto, indudablemente ciudadanas.

Eso mudó al empuje del interés de un solo personaje al que le conviene la polarización tal como se presenta hoy: lo hecho en el pasado, lo afirma de un modo u otro, debe ser derruido. Hace cinco años creímos que para él lo pretérito maligno terminaba en el juarismo, ahora, merced a que experimentamos su forma personal de gobernar, entendemos que ni siquiera el legado de Juárez se salva, sus contradicciones con el ideario de Don Benito son intensas y ni eso quedará, lo imperativo es recomenzar desde los escombros que su gestión, con sus aliados, legales e ilegales, está dejando. Tal como el Chapulín Colorado, súper héroe fallido, que, sin conocimiento ni capacidades, exclamaba: síganme los buenos, quién sabe a dónde, y al Presidente multitudes lo siguen y hacen un festín, así sea de manera inconsciente, sobre las ruinas del estado de derecho, de las instituciones, del capital social, por encima de las cenizas de las nociones de verdad y honestidad, con todo y que nada de lo anterior era de por sí ejemplo de solidez, y no obstante existían.

Ahí está, polarizados: unos ven signos nefandos en el decir, el hacer y el legislar de López Obrador y algunos, algunas, sustentan sus observaciones según la tradición del pensar estructurado alrededor de ideas, datos, convicción, reflexión y voluntad de diálogo. En la vertiente opuesta nada los distrae del soliloquio y ven en los argumentos de los opositores al régimen al demonio que su líder les anuncia cotidianamente: el pasado, detestable por ser el pasado y que se reconoce por ser cualquier cosa que enuncien sus rivales y, por consiguiente, está cargado de lo que es menester destruir, porque lo dice un presidente en vías de volverse atemporal: ya ni siquiera necesita presagiar un futuro, basta que insinué lo bueno que quién sabe por qué o de qué modo sucederá; como el sistema de salud de calidad danesa que brotará por ahí de septiembre, o como el aviso del funcionario de la Fiscalía General de la República: México es “campeón” en la producción de fentanilo, hasta que el Presidente afirma que no porque no, y a corregir la declaración, sin atender la realidad refulgente: que en el país se produce mucha de esta droga.

Lo público se distorsiona; bueno, seamos puntuales: de esta forma lo público es distorsionado por el Presidente que tiene el poder del Estado para hacerse omnipresente en el imaginario, aunque no en la resolución de los problemas, y desde ahí, de lo por él imaginado, dividir para vencer. Es una fatalidad de amplio espectro que atañe también, por supuesto, a este artículo, que podrá, si acaso, concitar asentimiento en el polo en el que se oponen a López Obrador, aunque no pasará a la ladera de enfrente. El resultado de esta partición es que cada cual habla para un nosotros inmutable, autosegregado, y cada bando torna por verdad lo que resuena dentro de su “nosotros”, desestimando a priori lo que proviene del otro, que es necesariamente falso. Mientras, en lo profundo de Palacio Nacional, uno se frota las manos y saborea el poder para sus fines personales, merced a montar una pelea que, como se dice en el box, parece de antemano arreglada. Pero cuidado, tampoco esta especulación escapa a su polarización, eso es lo quiere hacer creer, que no tiene caso dar la pelea. Cosa de dejarlo en su monólogo y tratar de dialogar con los de allá, para los que a nuestra vez somos los de allá, porque el vacío de en medio, el del Presidente, nos está matando, literalmente.

agustino20@gmail.com

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