Ideas

Romper el vínculo

No estamos en la Colombia de los años noventa, esa que narraron Víctor Gaviria (”La vendedora de rosas”, 1998) y Barbet Schroeder (”La virgen de los sicarios”, 2000) en un tiempo en el que el crimen organizado buscaba un nuevo orden luego de que las autoridades abatieron a Pablo Escobar. En aquellas historias donde los homicidios eran el pan de cada día, los niños vagaban en las calles, iban armados, se convertían en sicarios y morían como si no importara. Víctimas y victimarios. Era la ficción de una realidad que viven todos los países donde el crimen organizado lucha por dominar el territorio.

Hace unos días, lo ocurrido en la Colonia El Vergel, donde en medio de una reunión de jóvenes a las afueras de sus casas un ataque violento dejó ocho víctimas, tres de ellos perdieron la vida y tenían menos de 18 años, así de frágil puede ser una familia cuando bandas delictivas se lo proponen. Me recordó aquellas escenas pausadas y predecibles narradas en el Medellín de Fernando Vallejo, donde un auto o una motocicleta en movimiento auguraba la tragedia. Pero no, lo que sucedió en Tlaquepaque no fue ficción y sucede en nuestro país todos los días.

Casi 25 años después, nuestra realidad no es muy distinta a la narrativa de la película de Schroeder. De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), en su informe publicado en mayo de este año, en lo que lleva la administración federal que está por concluir se registraron más de 13 mil homicidios de menores en el país, de ellos casi cuatro mil 200 por arma de fuego. Y la cifra crece.

En mayo pasado, las imágenes del niño Dante Emiliano, herido a mitad de la calle pidiendo ayuda tras ser agredido con arma de fuego, nos encendieron las alertas. El pequeño se encontraba afuera de un domicilio familiar en Tabasco. De aquel suceso hubo solo un capturado, pero la impunidad acompañó a otros eventos similares en la misma entidad, donde Darvin y Misael, de siete y 17 años, fueron víctimas de la violencia de forma directa.

El fuego cruzado entre grupos delictivos también deja daños colaterales y sucede a diario; ninguna entidad está exenta. En mayo pasado, un enfrentamiento en Ciudad Juárez alcanzó a Emir, a Kevin y a César, todos menores de edad, y así se pueden continuar estas líneas, contabilizando los episodios donde los niños sufren la violencia armada. Pero la tinta no detiene las balas. Aproximadamente seis menores diariamente son víctimas de homicidio; sin embargo, de cada 100 carpetas de investigación que se abren por dicho delito, 97 quedan impunes.

En la otra cara de esta realidad se encuentran los niños forzados a convertirse en parte de las filas de grupos armados. De acuerdo con Redim, entre 30 y 40 mil niños y adolescentes han sido reclutados por el crimen organizado en nuestro país, perdiendo la esperanza de un futuro. Nada tan lejos de la realidad de más de 300 mil niños en el mundo que se convierten en soldados contra su voluntad en países que viven en medio de conflictos bélicos internos, destrozando sus derechos humanos.

Hace dos décadas, la ONU visibilizó la problemática del reclutamiento forzado con la campaña “Manos Rojas”, pero es un deber de cada país poner un alto. Es impensable que niños de 10 años o menos porten un arma de fuego y se conviertan en homicidas o en carne de cañón, pero sucede. La violencia y la pobreza juegan un papel determinante; para ellos lo único que queda es la cárcel o la muerte.

Qué razón tiene “Fernando”, el protagonista de la cinta “La virgen de los sicarios”, quien al volver a su ciudad natal, luego de años de vivir en España, llega a un sitio que no reconoce, en el que no logra vivir con el ruido y las muertes en cada esquina, afirmando que es una ciudad envenenada y poseída por la ira... hasta que, sin darse cuenta, forma parte de ella otra vez. Es así como normalizamos lo que sucede en esta ciudad y en todas, en esta década y las anteriores; es la realidad que padecemos y así seguirá hasta que se rompa el vínculo que tiene la delincuencia y la impunidad.

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