¿Ricos vs. pobres?
Hace algunas semanas se dio un hecho con profunda significación política y social al que se le ha prestado poca atención: la firma de un convenio de coordinación para los servicios públicos y la seguridad. El acuerdo suscrito entre las autoridades municipales de Guadalajara y Zapopan (suponemos que con anuencia del gobernador) no incluyó a El Salto, Ixtlahuacán de los Membrillos, Juanacatlán, Tlajomulco de Zúñiga, Tlaquepaque, Tonalá y Zapotlanejo, los otros municipios de la zona metropolitana.
Es preocupante que las municipalidades más ricas del estado se unan bajo un sólo criterio y mando, ignorando a las de menores recursos. Si bien esto está permitido por la Constitución, rompe con un principio básico: la ayuda mutua entre ayuntamientos fuertes y débiles, más grave aún, en el tema de la seguridad pública, que reclama una absoluta solidaridad y coordinación entre las autoridades responsables de proteger a la ciudadanía.
El Valle de Atemajac es asiento de algunas de las principales ciudades del estado. Por siglos, la actual conurbación se desarrolló horizontalmente: el edificio de mayor altura fue la catedral de la Arquidiócesis tapatía. Ninguna construcción debía ser superior a sus torres, pues simbolizaba la importancia de la Iglesia Católica en la vida de los habitantes de esta región, en una época nada remota.
Desde hace algunos años, esa horizontalidad, que hacía uniforme a la ciudad y a sus habitantes -social y urbanísticamente-, ha sido vertiginosamente substituida por cotos privados y por edificios multifamiliares, lo cual tiene una enorme importancia: los tapatíos, que antes nos veíamos a los ojos, hoy no podemos hacerlo, o nos vemos de arriba hacia abajo o viceversa. Las torres de nuestra principal iglesia ya no son más el centro, referente y emblema de nuestra ciudad. El horizonte fue interrumpido por las edificaciones que, a diestra y siniestra, aparecen modificando el paisaje urbano, dificultando el tránsito y la convivencia.
El sereno, el policía de barrio y los elementos de a pie han sido sustituidos por los patrulleros, quienes, montados en un vehículo, circulan por la ciudad, y por guardianes privados, los que, desde un cuarto de vigilancia -con todos los adelantos tecnológicos-, cuidan a los habitantes de los condominios horizontales y verticales. Fenómeno similar sucede en nuestras calles, en las que prácticamente han desaparecido los agentes de crucero, propiciando todo tipo de abusos y violaciones por parte de los particulares. Y, ¿qué decir de los émulos de Checo Pérez, que a todas horas del día y de la noche, transforman nuestras avenidas en pistas de carreras?
Nadie, con tres dedos de frente, puede satanizar la riqueza. El problema es la pobreza. El problema es que debiendo sumar nuestros recursos para propiciar una mayor movilidad social, el dinero y el poder se concentran, cada vez más, en unos pocos. Lo mismo sucede con los gobiernos, por lo que es conveniente revertir esa tendencia mediante una mejor distribución del erario: el sentido común lo aconseja. La desigualdad es caldo de cultivo para la violencia.