Regina Olsen
Los creadores han tenido muchas musas. Hesiodo fue el primero al que le cantaron sobre la perfección de las cosas, transformando a aquel hombre de la vida campesina en poeta. Ellas, le revelaron verdad de los dioses, inundándolo de saber para celebrar el orden justo que llegaba luego de caos. A partir de entonces, los pensadores las han encontrado para envolverse en los secretos divinos.
Regina Olsen contaba quince años cuando conoció a Søren Kierkegaard. Aunque tenía una relación con Johan Frederik Schlegel, quedó impresionada por su personalidad. Soren quedó enamorado al instante y la procuró hasta conseguir convencerle de hacer público su noviazgo. El joven Kierkegaard era una persona sofisticada, profundamente melancólica como él mismo se describe en sus diarios. Ya comprometido en matrimonio, ante la angustia que le representaba arrastrar a la hermosa y poética Regina a su mundo tormentoso, decidió el día 11 de octubre de 1841, romper el compromiso. “Yo la habría aniquilado si le hubiese dejado adivinar mi vida llena de tempestades…” provocando un escándalo en Copenhagen, ciudad que abandonó para ir a Berlín. Sintió libertad para abandonarlo todo: dejó la idea de ser sacerdote, su vida juvenil licenciosa, y la musa que le arrebató. Decidió dedicarse al pensamiento que le brotaba y atormentaba al mismo tiempo. En Berlín escribió La Repetición, un texto en que narra una historia como la de Regina, que está entre la novela corta y el manifiesto, con la cual inició su proceder en la filosofía.
Ella permaneció toda la vida en su mente y corazón. La buscaba dentro y fuera de él mismo. Recordaba la fecha de su compromiso como el punto sobresaliente del calendario, con el anillo de compromiso puesto en su mano. Decidió privarse del privilegio de vivir el amor con ella.
Regina se casó con su antiguo novio llevando una vida ordinaria en la ciudad. Se encontraba en la calle o en la iglesia al prometido fugaz, a quién no dirigió la palabra por más de catorce años, hasta el día en que se marcharía de Copenhagen, a lado de su marido recién nombrado gobernador de las islas danesas en América. Era el 17 de marzo de 1855 cuando se le acercó y le dijo “¡Qué Dios te bendiga, ojalá todo vaya bien contigo!”. Fue una despedida súbita. El fin de un amor filosóficamente inspirador y existencialmente trágico.
Kierkegaard fue internado en hospital Royal Frederik como paciente 2067, solo, desde su cama escribió: “Tengo mi espina en la carne, como la tenía San Pablo... y eso fue también lo que estaba mal en mi relación con Regina; había pensado que podía cambiar, pero no pude así que acabé la relación.” Su existencia física terminó cuando contaba con solo cuarenta y dos años, dejando una estela de saber que cimentó la filosofía de la existencia del siglo XX. Luego de la muerte de Kierkegaard el 11 de noviembre de 1855, unos meses después de la despedida de Regina, dispuso entregar a su amada cartas, escritos y pertenencias, entre ellas una nota suelta:
¡Gracias, oh gracias! Gracias por todo lo que te debo; gracias por el tiempo cuando fuiste mía; gracias por comportarte como una niña porque esto me enseñó mucho, mi encantadora maestra, tu mí encantadora maestra. Tú mi lirio precioso, tú mi pájaro ágil, tú mi maestra.
Perdieron la oportunidad de realizar el amor por una cruel decisión que le permitió a Kierkegaard adentrarse en el mundo de la angustia y la desesperanza que refiere en su obra. Regina fue la primera dama de lo que hoy son las Islas Vírgenes, entonces una posesión danesa. Regresó a Copenhagen, y sobrevivió por muchos años a su prometido. Es la historia de amor misteriosa que propició la obra esencial de la filosofía de la existencia en el siglo XIX.
luisernestosalomon@gmail.com