Reconciliación
Esquilo (525-456 a.C.) el gran trágico griego, en uno de sus dramas (“Las suplicantes”) canta el coro, en una de sus intervenciones durante el diálogo entre Corifeo y el Rey, señala: “Rey de reyes, bienaventurado entre los bienaventurados, poder soberano entre los poderes, feliz Zeus, óyenos, aleja airado de tu raza la insolencia masculina, y en el mar purpureo precipita la fatal negra nave”.
Los hombres son insolentes, porque no entienden del respeto a la libertad de la mujer.
Una mujer, arrodillada ante el altar, reza con plena fe y fervor, para que su marido tome conciencia de su insolencia y mejor despliegue su fuerza e inteligencia para cultivar la fértil tierra del amor femenino, en vez de sembrar lujuria y entablar sangrientas batallas, como si se tratase de un feroz enemigo.
Que la ceguera masculina abra sus ojos para sumarse a las causas femeninas, en vez de luchar contra ellas. Deberán ver a las mujeres como las más importantes cómplices en éste planeta, para llegar a conquistar el cosmos. En la unión, está la fuerza, que es el verdadero poder del paraíso terrenal.
Inútil y barbárica batalla entre hombres y mujeres, entre la madre y sus hijos; el resultado ha sido teñir los campos de sangre, dolor y lágrimas. Qué el altísimo despierte la luz de la concordia y la tormenta que azota al hombre insolente, se desvanezca en la suavidad, la ternura y el encanto de la sabiduría de una mujer.
Que la suprema y vigorosa ley del respeto, invada la intimidad de los cónyuges y enaltezca la ancestral alianza, para vivir en armonía y gozar del placer de las dos almas fusionadas en el peregrinar de un mismo destino. Manos entrelazadas que se ayudan a conquistar sus sueños, en vez de arrojarse al precipicio, y ser la causa de las mutuas pesadillas.
Madre, educa hombres valientes, que sepan amar, que dominen su miedo y cobardía, que valoren el espíritu de las artes y de la cultura, porque un hombre sabio da frutos al lado de una mujer igual. Pero si dejas vestigios de dolor y maldad, las espinas del odio y la venganza crecerán y tratará de desquitarse, con su propia madre, pero al fin no podrá concluir su matricidio, pero entonces otras mujeres pagarán su cobardía y el insolente idealiza a la madre y culpa y condena a la esposa o a la mujer que se le atraviese en el camino.
La mujer suplica, con humilde devoción, que Adán borre de su mente la frívola acusación de ser Eva la ocasión de morder la manzana prohibida. Qué ambos asumamos nuestra responsabilidad, sin echar culpa alguna, causa inicial de muchas arrebatadas discusiones, que han atormentado la conciencia humana.
Es inminente la reconciliación ancestral entre los primeros padres, expulsados del paraíso por dejarse de amar y vivir en armonía. Es en el Amor, la confianza y el respeto mutuo que volveremos triunfales al paraíso, que hoy puede comenzar en tu corazón.