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Ramírez Cuevas y el Principio de Peter

Jesús Ramírez Cuevas, vocero presidencial y jefe de la maquinaria de propaganda y la fábrica de mentiras de Andrés Manuel López Obrador, pareció llegar finalmente al nivel de su incompetencia. La realidad lo trae de piñata mostrando su incapacidad para impedir que un torrente de noticias negativas peguen directamente a su jefe. Ramírez Cuevas está viviendo días aciagos, al quedar al descubierto que sus talentos para la difamación y la diseminación de verdades alternas no suplen a una política de comunicación. Habría que decir, en abono al vocero, que al Presidente tampoco. 

Es cierto que la tarea de Ramírez Cuevas para evitar que la realidad golpee con tanta fuerza en Palacio Nacional es monumental, porque las capacidades y habilidades del Presidente son limitadas y se enoja fácilmente. Pero Ramírez Cuevas, que ha alimentado el discurso de odio y fomentado el linchamiento y ataques a actores políticos, sociales y agentes económicos, es responsable, cómplice y culpable a la vez de esa estrategia. Su problema, y el de su jefe, es que el modelo está bastante desgastado y carece de recursos para renovarlo.

Lo vimos en el reciente diálogo que sostuvo el Presidente con Jorge Ramos, conductor del principal noticiero de Univisión. Desde que se registró para asistir, Ramírez Cuevas y su equipo le prepararon al Presidente tarjetas para los temas que esperaban preguntara, sobre todo la seguridad, que ha sido recurrente en el interés de Ramos cuando acude a Palacio Nacional. López Obrador quería tener todo bajo control y salir airoso de su inevitable interacción, que terminó en un desastre.

La solidez retórica de Ramos, apoyada con datos sobre los homicidios dolosos durante el Gobierno de López Obrador, que han superado los registrados en todos los sexenios anteriores, acorraló al Presidente que al querer evadir la realidad se hizo bolas, y al no poder argumentar que era falso lo que mostraban las estadísticas de su propio Gobierno. El trabajo de Ramírez Cuevas para evitarlo fue un desastre, continuando con una serie de fracasos cada vez más frecuentes.

López Obrador le había llamado la atención días antes por la información negativa sobre las acciones de Gobierno en Acapulco, y la explicación de que era culpa de la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, porque no se coordinaba con las autoridades federales. Tampoco había podido neutralizar el daño y cambiar la conversación con sus granjas digitales que trabajaron intensamente para evitarlo, porque como le tuvo que reconocer a López Obrador, no pudieron revertir las cosas. Esto está siendo la constante de las últimas semanas.

Sus granjas, los merolicos decadentes en las mañaneras, y los periodistas de nombre a sueldo en diversos periódicos y plataformas digitales, tampoco fueron capaces de frenar la avalancha de informaciones y opiniones en torno a la publicación en medios internacionales de presunto financiamiento del Cártel de Sinaloa a las campañas presidenciales de López Obrador en 2006 y 2010, que le ha causado una enorme preocupación al Presidente, que teme que su nombre sea utilizado electoralmente en Estados Unidos. 

López Obrador le pidió a Ramírez Cuevas un informe de los alcances que pudieran tener los trabajos publicados en Estados Unidos, equivocándose ambos, el que pidió y el que hizo, que el problema de fondo no era el mensajero, sino quien le envió el mensaje. No han trascendido las conclusiones de Ramírez Cuevas, aunque no podrán ser adecuadas porque partió de una base tan equivocada, como López Obrador señalando al Departamento de Estado norteamericano, no al de Justicia, como la fuente original de las investigaciones.

En todo caso, no se puede esperar mucho de Ramírez Cuevas. Quedaron muy claros sus alcances y ligereza cuando se hizo público que habían hackeado los servidores de la Presidencia y los datos personales de decenas de periodistas mexicanos y extranjeros que han acudido a las mañaneras a lo largo del sexenio fueran expuestos en las redes sociales. El vocero le dijo al Presidente que era producto de los Guacamaya Leaks, por lo que López Obrador acusó de ello a sus “opositores”. Días después Ramírez Cuevas tuvo que admitir que habían sido extraídos de la cuenta de un ex funcionario de su área en Palacio Nacional que nunca dieron de baja, mostrando la carencia de protocolos de seguridad con información sensible de la oficina presidencial, al tiempo de contribuir con esa gran falla al reforzamiento de que el Presidente delira. 

Todo esto pasa sin que suceda nada en Palacio Nacional. Nadie paga ahí por nada, sin importar la gravedad, lo que en el caso de Ramírez Cuevas es más delicado porque es él quien influye más en López Obrador, fuera de su familia, en su tarea de destrucción. Todas las noches se reúne con el Presidente para diseñar la mañanera del día siguiente. Ahí traman la estrategia de ataques y difamaciones, preparan los materiales contra quienes van a denostar, y que al día siguiente, al término de la reunión del gabinete de seguridad, terminan de afinar ellos mientras caminan los dos al Salón de la Tesorería, donde se escenifica el espectáculo cotidiano.

Todo este poder está en manos de una persona llena de prejuicios y resentimientos, vileza y ruindad, que se reproduce en la pluma de sus esbirros en la prensa y las redes sociales que reflejan sus complejos y necesidad de venganza. Pero para el Presidente, en términos de toma de decisión es peor, porque no recibe información de calidad, sino que parte de creencias y análisis superficiales, empapadas de teorías conspiracionistas que su jefe, que de eso se nutre, lo traduce en la mañanera en forma exponencial.

Ramírez Cuevas le fue altamente funcional a López Obrador porque la maquinaria de propaganda y mentiras le ayudó a construir su narrativa. Pero al ir perdiendo efectividad, sin una política de comunicación que nunca construyó, sus problemas se irán acumulando. El sexenio se está acabando y Ramírez Cuevas tiene rendimientos decrecientes que están afectando a López Obrador, porque la maquinaria de odio y destrucción que construyó se está quedando sin poder para defender al Presidente y defenderse a sí mismo.

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