Las bolas del engrudo
El tema del espionaje en México era inevitable que brincara este martes en la mañanera. El periódico The New York Times había publicado en su primera plana que el subsecretario de Gobernación para Derechos Humanos, Alejandro Encinas, había sido espiado por el Ejército mientras investigaba presuntas violaciones de los militares a los derechos humanos. Pero cuando le pidieron ayer al Presidente Andrés Manuel López Obrador su opinión, se le hizo bolas el engrudo.
El Times publicó que el teléfono de Encinas fue víctima del programa espía Pegasus, y que se enteró de los detalles de la intervención luego que ese trabajo ilegal fuera confirmado por Citizen Lab, un grupo de vigilancia que funciona desde la Universidad de Toronto. El diario reveló que Encinas le comentó en marzo al Presidente sobre el espionaje y preguntó si debía darlo a conocer. No se sabe la respuesta de López Obrador, pero hasta ahora, Encinas no ha ventilado públicamente de esa infección.
López Obrador y su equipo tuvieron casi un día para preparar una respuesta a la prensa, porque la revelación apareció el lunes por la mañana en el sitio del Times. Pero o no hubo un trabajo preventivo, o como muchas veces sucede, al Presidente no le pareció relevante prepararse. El resultado, en todo caso, muestra la ligereza con la que López Obrador aborda temas delicados, que cree resolver al repetir su cantaleta eterna de que el Gobierno no espía, como era antes, pero que como chivo en cristalería, va dejando destrozos en el camino.
Su primera víctima fue Encinas. El Presidente confirmó que Encinas le comentó que lo habían espiado, “y le dije que no le diera importancia, porque no había ninguna intención de espiar a nadie”. Entonces, primera bola del engrudo: sí habían interceptado su teléfono, pero no con fines de espiarlo. Su lógica no pasa ninguna prueba de ácido. ¿Para qué hackearían su teléfono si el propósito no era espiarlo?
López Obrador dijo que “le habían preguntado del New York Times si era espiado y él contestó que probablemente sí, nada más que de parte de quién”. Segunda bola del engrudo: Encinas, dijo al diario, no quiso responder las preguntas del Times, cuando lo consultaron sobre el tema. El despacho del diario señala claramente el espionaje por parte del Ejército, confirmado por cuatro personas que habían hablado con él. Si el subsecretario en efecto habló con la corresponsal neoyorquina -off-the-record, en todo caso-, el Presidente lo coloca en el centro de la información publicada, lo que lo lleva a una nueva confrontación con el Ejército, porque el descrédito y el daño político es contra los militares.
La siguiente pregunta era si tenía la certeza de que el espionaje no hubiera sido realizado por la Secretaría de la Defensa Nacional. “No”, respondió. “Nosotros no espiamos. No somos iguales. No torturamos y en este Gobierno no hay masacres y se respetan los derechos humanos”. Su sinapsis siempre es fallida. Su respuesta “no”, es confusa. ¿No tiene certeza de que el espionaje fue hecho en Lomas de Sotelo? ¿O es un rechazo de que espiaron los militares? Quién sabe. Tercera bola de engrudo: el grueso de su respuesta no tiene nada que ver con lo que le preguntaban, y dejó abiertas más dudas que certidumbres. Si no había “ninguna intención de espiar”, como dijo en una respuesta previa, entonces sí sabía quién había hecho la intervención y está encubriendo la fuente de la ilegalidad.
Pero después, viene una nueva contradicción. Cuando parafraseó la respuesta de Encinas al Times, agregó que “antes todos espiaban y siguen espiando, de dónde salen las Guacamayas”. La cuarta bola de engrudo se dio cuando en el contexto de esa pregunta, la dijeron si iban a investigar la infiltración al teléfono de Encinas, afirmó: “No… es que nosotros no espiamos”. Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado, aceptó que no procede ninguna investigación porque en todo caso, como le dijo a Encinas, su Gobierno no espía. Por el otro, si otros realizan espionaje sobre su Gobierno, ¿por qué no van a investigar?
No lo van a hacer por instrucciones del Presidente, porque el tema del espionaje dentro de su Gobierno y contra su Gobierno, simplemente no lo entiende. Una de sus respuestas muestra la dimensión de su ignorancia y negligencia en el tema, al retomar el tema de los llamados Guacamaya Leaks que “le sirvieron a Claudio X. González y Carmen Aristegui para dar a conocer espionaje y que hackearon a la Sedena. ¿Quién está financiando eso? ¿Son mexicanos? ¿Son extranjeros? ¿Por qué no se da a conocer la fuente?”.
La frivolidad del Presidente es bastante frívola. Sin embargo, lo que está sucediendo con el tema del espionaje tiene implicaciones profundas, y como señaló el diario neoyorquino, “los ataques (a Encinas) también son un indicio claro del uso despreocupado de la vigilancia en México”. Su dimensión fue explicada por Eduardo Bohórquez, director del capítulo México de Transparencia Internacional, que declaró al Times que “si alguien tan cercano al Presidente como Alejandro Encinas es vigilado, está claro que no hay un control democrático del programa espía”. La consecuencia es que tras las consultas del diario a la empresa israelí NSO, que fabrica el programa Pegasus, se abrió una investigación. Si la conclusión determina que se utilizó de manera incorrecta el software, podría ser, como en anteriores casos similares en el mundo, que se cancelen los contratos.
López Obrador puede seguir diciendo lo que quiera en la mañanera, pero en privado actuar con seriedad y responsabilidad. Es importante que entienda que su negación y ligereza no podrá controlar lo que ya se puso en marcha en Israel, y que si NSO llegara a cancelar sus contratos con el Ejército o con el Centro Nacional de Inteligencia, que también opera Pegasus, no serán los militares los últimos afectados, sino él mismo, al quedar desnudado y tildado de mentiroso por decir que su gobierno no espía cuando en realidad sería todo lo contrario.