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La hora de la certidumbre

Hoy toca la hora de la certidumbre con Donald Trump, y sabremos antes de que anochezca si sus amenazas con impacto en México se concretan, o no. Cuántos de los decretos sobre migrantes, narcotraficantes y aranceles que estarán sobre su escritorio firmará al terminar su primer día de regreso a la Casa Blanca, no lo sabe prácticamente nadie. Pero lo que sí es una realidad es que su mandato por otros cuatro años comenzará en las peores condiciones que podrían haberse dado para las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos.

Nunca habíamos llegado en condiciones similares, donde fueran inexistentes los contactos previos entre los dos gobiernos durante la transición, y que el equipo entrante a la Casa Blanca hubiera rechazado tener relación con el Gobierno mexicano, negando interlocución al gabinete de la Presidenta Claudia Sheinbaum. Sin saberse las razones, hay evidentemente un desdén de la administración entrante en Washington hacia el Gobierno mexicano.

Sheinbaum la jugó mal, haciendo diplomacia en las mañaneras con arrebatos nacionalistas que, aunque los ha moderado y cambiado el discurso, la escucharon los asesores de Trump en Mar-a-Lago. Esa carta patriotera jugó bien ante las audiencias locales, pero poco ayudó a construir un camino hacia la futura relación bilateral. El Gobierno mexicano llega a ciegas ante el nuevo Gobierno en Estados Unidos y lo saben. Entre algunos miembros del gabinete hay inquietud por la falta de enlaces y, sobre todo, de información verificada sobre lo que viene.

El Gobierno mexicano se ha enterado de los planes de Trump al mismo tiempo que cualquiera de nosotros, por la prensa y la televisión de Estados Unidos. Sheinbaum no ha podido calibrar el talante con el que llega Trump porque no ha tenido contacto con él desde el 26 de noviembre, hace casi dos meses, cuando conversaron por teléfono. Posteriormente recibió un mensaje de Ken Salazar, poco antes de terminar su misión como embajador en México, pero ni la alteró ni la apuró.

Salazar dijo que la relación con Trump iba a ser la peor en casi 40 años -desde el segundo periodo del belicista Ronald Reagan-, y que vendría el desmantelamiento de las políticas que emprendió el presidente Joe Biden —incluidas probablemente, aunque no lo mencionó, la tolerancia a la complacencia y complicidad con los cárteles de la droga—. Pese a las banderas amarillas que levantó, Sheinbaum continuó diciendo que no entrarían en contacto con el equipo de Trump hasta que fueran confirmados por el Senado.

Sus deseos fueron cumplidos, aunque en privado trataron de hacer lo contrario. Llegaron tarde y no les tomaron las llamadas. Buscó el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, hablar con el futuro secretario de Comercio, Howard Lutnik, pero no tuvo éxito. El canciller Juan Ramón de la Fuente ni siquiera tuvo enlaces de alto nivel, y mucho de lo que le dijo a la Presidenta pareció salido de periódicos. Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, restableció contactos con sus contrapartes en Washington, aunque sin saber si transitarían a la siguiente administración. En contraste, el Gobierno canadiense, pese al desprecio de Trump hacia el primer ministro Justin Trudeau, negoció con su equipo una estrategia para frenar la migración y el tráfico de fentanilo, para mitigar la posible imposición de aranceles.

Sheinbaum dijo, al rendir su informe de los primeros 100 días al frente del Gobierno, que “tenía un plan” para lidiar con el Gobierno de Trump, y estaba convencida de que la relación sería buena y respetuosa, donde prevalecería el diálogo, que no quiso iniciar previamente primero por su decisión de mantenerse alejada de Trump y su equipo, y luego porque así lo dispusieron Trump y su equipo.

La diplomacia mañanera de Sheinbaum no tuvo ningún efecto, como fue ignorada al afirmar que México no aceptaría que los migrantes de otras nacionalidades que buscaban asilo en Estados Unidos esperaran en territorio mexicano durante el proceso. El viernes, en su audiencia de confirmación, la secretaria de Seguridad Territorial, Kristi Noem, dijo que restablecería el programa Permanecer en México, contrario a lo Sheinbaum planteó.

Siempre quedará en duda por qué perdió el tiempo y no tejió una relación personal con Trump, y permitir que su gabinete se reuniera con su equipo. Su cautela extrema, así como el rechazo del equipo del nuevo presidente, no tiene precedente. Los mandatarios electos de ambos países solían sostener reuniones previas con sus contrapartes para conocerse personalmente -muy importante para las relaciones bilaterales-, y para sembrar las bases para nuevas formas de cooperación.

En todo este tiempo hubo presidentes que no se reunieron previamente, pero en todos hubo una continuidad en la relación bilateral. Incluso el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, se subió a ese vagón cuando el presidente Enrique Peña Nieto invitó a su equipo a que acompañara las negociaciones con Estados Unidos y Canadá para el nuevo acuerdo comercial norteamericano, el T-MEC. Con Sheinbaum no hay nada de eso, y el Trump que inicia hoy su segundo periodo es muy diferente al primero.

En esta confusión empieza la falta de entendimiento de lo que viene, se concreten de manera inmediata o no las amenazas. Sheinbaum ha sido mal asesorada por De la Fuente, que le dice que no pasará nada, y por Ebrard, que le ha dicho que él conoce a Trump y sabe cómo negociar con él. Más allá de que Trump lo desprecia, tampoco es el mismo personaje. ¿Algo más distinto que en 2016 era proteccionista y hoy sea expansionista? En 2016, como publicó este fin de semana The Washington Post, no conocía a nadie, ni siquiera personalmente a su gabinete, y ahora “conquistó” Washington antes de asumir el poder.

Hay señales que Sheinbaum no está preocupada, lo que es positivo porque su cabeza estará fría al tomar decisiones. El problema es que tampoco está listo su Gobierno ante lo que podría venir si encuentran que Trump no era lo bocón que le creían sus colaboradores y comienza a cumplir lo que amenazó. Si no lo hace, no habrán estado en lo correcto, sino haber corrido con suerte en la adivinanza.

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