Atrapada sin salida
Nada podría ilustrar mejor el trimestre dickensiano en el arranque del sexenio de la Presidenta Claudia Sheinbaum que la primera quincena de diciembre. Luz en el mundo y sombras en casa. Enorme poder que observan desde afuera y una gran debilidad que se siente adentro.
Sheinbaum, elogiada y reconocida en el mundo, pero acotada y atrapada en la vorágine de la borrachera del nuevo régimen en donde ella no es la protagonista ni la cabeza de su nacimiento, sino actriz de reparto porque ni siquiera en el ramo de las múltiples cabezas que están marcando el rumbo y los tiempos de la nueva era, ocupa un asiento delantero.
La temporada de honores foráneos de Sheinbaum comenzó el 5 de diciembre, cuando la edición de fin de semana del Financial Times la incluyó entre “las 25 mujeres más influyentes del mundo”. Continuó el 9, cuando Time la colocó en la lista de finalistas a ser la persona del año, y cerró el 11, cuando Forbes la ubicó como la cuarta mujer más poderosa, entre 100 mujeres, de 2024. Un gran cierre para la imagen y ánimo de la presidenta al ser distinguida entre un selecto grupo por el diario financiero más importante del mundo, por la revista que inventó hace un siglo el reconocimiento a la persona más destacada del año, y ser considerada por una revista global famosa por sus listas de personajes singulares.
Los tres medios de comunicación mencionaron su victoria en las elecciones que la convirtieron en la primera mujer presidenta en 200 años de historia de México, y su experiencia como científica en temas de cambio climático. Time y Forbes mencionaron que es judía, lo que no deja de llamar la atención por el talante antisemita de Donald Trump, el próximo presidente de Estados Unidos, cuya relación bilateral a partir de enero también es señalada como uno de sus desafíos. El Financial Times señaló como uno de sus atributos su “férreo carácter”. Luces para una narrativa que no se sostiene domésticamente.
La Presidenta está atrapada en las disputas de poder del nuevo régimen.
La más cínica y escandalosa es la que se da entre los coordinadores de Morena en el Senado, Adán Augusto López, y la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal. Cínica porque el fondo del pleito es el recorte de 123 millones al presupuesto del Senado, completamente insignificante frente al hacha inescrupulosa que utilizaron para quitar 81 millones de pesos de presupuesto al sector salud, 34 millones a la seguridad pública -políticamente criminal y, a la vez, de complicidad indirecta con los criminales porque le quitan fuerza a quien debe combatirlos- o 481 millones a la gobernanza del país, como algunos ejemplos.
Escandalosa por la forma como los dos coordinadores, que fueron puestos ahí y responden al ex presidente Andrés Manuel López Obrador, se están enfrentando con métodos gangsteriles. Como respuesta al recorte presupuestal, López responde a Monreal con la rescisión de varios contratos firmados durante su gestión en la Cámara Alta, para limpiar “cualquier sospecha de corrupción”. Le dice corrupto. Monreal replica desafiante que le busquen, porque no encontrarán nada. La presidenta no puede más que pedirles que “actúen con cabeza fría”. Es algo un poco más complejo que eso, pero la presidenta no tiene brazos, ni en el Senado ni en el Congreso, que le permitan hablar menos y presionar más.
El presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, que también le debe el puesto a López Obrador, acusó a Monreal de no haber acatado “instrucciones” sobre el presupuesto. O sea, se fue por la libre. López experimentó lo que ha hecho a Sheinbaum -al igual que con Monreal- que ignora sus recomendaciones. En el Senado es cada vez más común la conversación sobre la falta de senadores que le respondan a la presidenta, y en el Congreso, Monreal ha actuado sin miramientos para neutralizar a los pocos representantes que tiene Sheinbaum en esa Cámara.
El comportamiento de los coordinadores debería ser administrado por el partido, cuyo jefe informal pero real es quien despacha en Palacio Nacional. Sheinbaum, sin embargo, se excluyó de esa tarea metaconstitucional, quizás porque sabía que el partido nunca lo controlaría ella, sino su exjefe. Morena no ha intervenido en el diferendo entre los legisladores, porque Andrés López Beltrán, número tres nominal pero quien realmente manda ahí -¿nadie es tan ingenuo para pensar que Luisa María Alcalde, la presidenta, es quien decide las cosas, verdad?-, no ha decidido hacerlo. Que se coman entre ellos, mientras el canibalismo moreno no toque al Partenón.
La presidenta se empequeñece en momentos de decisiones. Ahí está la de Rutilio Escandón como cónsul en Miami. Escandón tendría que ser investigado por su responsabilidad en convertir a Chiapas en el campo de batalla más espantoso del país, dejando a más de 200 mil personas abandonadas y a merced de tres cárteles de la droga. Sheinbaum, que lo premió a la vez que lo rescató, dijo con una hilaridad involuntaria, que Escandón, de quien piensa lo peor en privado, estaba capacitado para el puesto.
No puede romper con las cadenas obradoristas, que defienden a los infames gobernantes hasta la ignominia. El problema de ella es que esa debilidad, contrastante con el “carácter férreo” con el que la caracteriza el Financial Times y que quien la conoce puede dar testimonio de ello, tiene ante otros una actitud de paloma, porque no puede confrontarlos o por acomplejada, como parece ser el caso del secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, que tras las revelaciones de abusos de colaboradores de su antecesora Alicia Bárcena, pronunció un discurso sobre la ética dirigido a ella, pero que no se atrevió a pedirle moderación para evitar mostrar las fracturas en su gabinete, y solo esperará que no vuelva a repetirlo.
Sheinbaum está atrapada y no se le ven salidas. Carece de fuerza real en el nuevo régimen y tampoco ha generado respeto a lo que representa. Las luces en el mundo se irán desvaneciendo cuando se den cuenta de lo que realmente está sucediendo en México.