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“¡Quiúbole, mano!” Así saludaba Don Porfirio a quien iba encontrando por la vida

Puedo ufanarme de haber acompañado las últimas visitas de Don Porfirio a Jalisco. Su mente y lucidez resistían ante el inminente paso de los años. Conversaba sobre la agenda nacional, el Estado, los poderes públicos y los actores de la vida pública de México. Siempre incisivo, polémico y agudo, creó una figura temeraria, de alguien que había vivido y sobrevivido al México antidemocrático, al México de partido único. Quizá por eso su distanciamiento con el Presidente: él había vivido en un régimen antidemocrático de partido hegemónico y veía en Morena las pulsiones de convertirse en eso. Era un hombre que llamaba a la institucionalización de aquel movimiento político que arribaría al Palacio Nacional en 2018.

Participante y continuador de la cultura política mexicana, conocía los códigos no escritos de los pasadizos del poder. Trataba de encontrar en charlas, declaraciones y medios de comunicación mensajes ocultos. Poseía una vocación formadora de cuadros políticos con pensamiento crítico y conocimiento de nuestra historia. Era común que en las charlas soltara trivias sobre el pasado de México y Jalisco, o la Nueva Galicia, como él se refería. Como maestro amable y estricto, le importaba que pudiéramos desarrollar argumentos críticos sobre problemáticas de la vida nacional de manera sesuda y no simplona. Frecuentemente pedía que le diéramos nuestro punto de vista sobre la coyuntura política local.

Lo acompañé en un momento político de crispación en Jalisco, donde constaté que su vocación era tejer fino, despresurizar conflictos y encontrar alternativas para desescalar el calor de la política. Sin embargo, lo que más aprendí y reconocí de él fue su lealtad a sus amigos.

A su partida, siguen vigentes las agendas que defendió durante su trayectoria política: la de una nueva Constitución política, una de grandes consensos nacionales que estuviera a la vanguardia y pudiera plasmar la realidad actual en papel. Defensor del federalismo, recordaba que desde Jalisco se había dado la batalla por una nación y que debía seguir siendo desde aquí la máxima tribuna para un verdadero pacto federal que permitiera independencia ante la federación, siempre desde una lógica dialogante. Defensor del parlamentarismo a ultranza, fue desde la tribuna del Senado y la Cámara de Diputados donde dio sus aportes y batallas políticas más importantes.

Antes de terminar, quiero hacer llegar por este medio mis sinceras condolencias a sus familiares, amigos y seguidores, en especial a nuestro querido amigo en común, Alfonso Velasco, quien lo acompañó durante toda su vida política.

Gracias a Don Porfirio por ser un referente de la lucha democrática de México, pero sobre todo, muchas gracias por haber sido mi inspiración para poder encontrar mi vocación profesional y mi proyecto de vida. Agradezco la oportunidad de haber tenido como amigo a un maestro. Tenga por seguro, Don Porfirio, que al igual que aquel día que nos conocimos, seguimos desde donde nos toque haciendo la revolución.

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