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¿Quién protegerá al Presidente de los periodistas?

Héctor, un amigo periodista, me contó el momento más bochornoso de su carrera: «Una vez maté a Maximiliano Barbosa y luego lo reviví». 

Cada periodista puede narrar una anécdota similar. Las equivocaciones en este oficio son un acto público que nadie quiere experimentar. 

Esta anécdota ayuda a comprender la esencia de este oficio: una labor en donde lo público se coloca al centro para el escrutinio de todos (incluso tus errores). 

Me había resistido a escribir frontalmente sobre el reciente asesinato de periodistas en el país. Siempre he creído que el periodista no debería ser la noticia. Pero esta semana lo fuimos. 

La protesta nacional realizada tras el crimen de la periodista Lourdes Maldonado en Tijuana rompió con la lógica individualista del gremio de una forma inédita. No recuerdo una marcha así de multitudinaria. 

Extraña virtud del Presidente. 

Su falta de empatía y su cerrazón para entender la legitimidad de la causa feminista, fortaleció y unió más al movimiento de las mujeres. Algo similar pasó con los periodistas cuando AMLO se defendió a sí mismo (autoproclamado como la víctima) por los «ataques» que recibió tras el homicidio de una periodista en Tijuana. 

¿Será que AMLO terminará por impulsar un Mecanismo para la Protección del Presidente ante Periodistas? El absurdo. 

La violencia contra periodistas es real. Pero, ¿de dónde viene? «Hasta dudo que lo vean como un problema», me comenta Héctor. Y coincido. 

Las formas de violencia han cambiado. Esta semana, la Asociación de Medios MX publicó un extenso reportaje sobre el asesinato de la periodista María Elena Ferral en Veracruz. En torno al crimen, concluye el trabajo, se teje una red política y criminal con más de 40 personajes ligados al poder institucional, el caciquismo y la mafia local. 

En el asesinato del columnista Manuel Buendía en los ochenta, todo apunta a un crimen de Estado. De alguna forma, antes resultaba más fácil identificar a los actores del poder que representaban amenazas contra periodistas. 

Héctor explica muy bien cómo ha cambiado ese fenómeno: «En este momento son tantas las redes de corrupción y de poder que en realidad no sabes ni de dónde viene el trancazo». 

En estados como Veracruz o Baja California, por poner dos ejemplos, la escasez de prensa crítica revela una mayor condición de vulnerabilidad. Las dinámicas del poder, por medio de presiones económicas o con un sistema de premios y castigos, imponen la versión oficial de la realidad. Salirse del redil, parece la constante, le ha costado la vida a compañeros en esas regiones. 

Sobre ejercer el periodismo hoy en este país, creo que las palabras de Dickens lo resumen muy bien: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos». 

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