¿Quién es el mejor piloto del mundo?
Si somos sinceros, todos estamos absolutamente seguros sobre quién es el mejor conductor del planeta: nosotros mismos. Confiamos en nuestra habilidad al volante, en nuestros reflejos, en nuestro conocimiento del auto que manejamos.
Sabemos todas las leyes de memoria, interpretamos a la perfección a los demás al punto de evitar un accidente que ellos hubieran producido con sus malas maniobras. Pese a lo buenos que somos manejando, cada año mueren 1.19 millones de personas en todo el mundo, sólo en accidentes de tráfico. ¿Realmente somos tan buenos como pensamos?
Obviamente nuestro ego es varias veces mayor que nuestra habilidad. Hay estudios que muestran las causas más frecuentes de los accidentes de tránsito y la principal de ellas es la distracción. Dentro de las cosas que nos hacen quitar nuestra atención del manejo está manipular el sistema de sonido o de navegación, mirar a otras personas en la calle, incluso otros accidentes, hablar con otras personas en nuestro propio vehículo, principalmente si son nuestros hijos en los asientos traseros y, por arriba de todo: usar el celular, sea para mandar textos, filmar o fotografiar mientras circulamos.
Hay factores que aumentan la posibilidad de que estemos distraídos, como el alcohol o las drogas, legales e ilegales. Esto altera nuestro tiempo de reacción y reflejos de una manera muy peligrosa.
La velocidad es otro factor importante, ya que por menor que sea la maniobra que hagamos, la respuesta del auto es tardía y puede ser incontrolable. Cualquier buen piloto de carreras sabe que lo esencial para conducir rápido es aprender a anticipar los movimientos, precisamente por eso.
Otro punto muy importante es no “cortar” el camino de otros pilotos, no “echar lámina”, como se dice en México. Ese comportamiento puede ser fácilmente evitado si agarramos el hábito de tomar nuestro carril con antelación. Además, la maniobra de poner el auto bruscamente en el camino de otro es de las que más enojo produce a los demás conductores y eso no es nada saludable, menos en estos tiempos en los que no sabemos quién trae o no un arma.
Manejo defensivo
No es fácil manejar de forma defensiva. Créanme, yo lo sé y tengo años intentando dejar mi carácter intempestivo de lado, con menos éxito de lo que me hubiera gustado. Pero hacerlo puede ser una cuestión de supervivencia para ti, tu familia y terceros. No irritar a otros es fundamental, incluso, cuando esos nos hayan causado irritación.
Los factores más comunes para producir irritación son el uso del claxon, principalmente si se hace de forma fuerte y constante o, como se hace en México, pitando cinco veces para “recordar el 10 de mayo”.
Parte de la terapia para evitar nuestra irritación es salir de casa con tiempo. La prisa nos produce ansiedad y nos termina haciendo pensar que el resto de los conductores quiere que lleguemos tarde. Otra acción que produce irritación a los demás es manejar demasiado cerca de su defensa trasera, lo que los estadounidenses llaman “tailgating”.
Los ruidos y la contaminación también nos producen irritación, por lo que cerrar los cristales y usar el aire acondicionado ayuda a aumentar nuestra tranquilidad al volante. El aire no tiene que estar frío, basta que nos deje a una temperatura agradable, digamos 24 grados.
Mercedes-Benz implementó aire acondicionado en sus autos como equipo de serie en 1998, cuando descubrió sus beneficios de seguridad, no por lujo.
Ante la presencia de alguien agresivo, lo mejor es no responder, evitar mirarlo en los ojos y darle espacio para maniobrar e irse. Repito, no es fácil hacerlo, pero la importancia puede ser del tamaño de nuestra vida.
Parece obvio, pero llegar antes al siguiente semáforo no nos otorga ningún premio o beneficio. Las calles no son una pista de carreras y la potencia de nuestro auto, por más sobrada que esté, es un factor de seguridad al permitirnos incorporar rápidamente a una vía de mayor velocidad o a hacer un rebase en un tiempo menor, pero cuando pensamos que hay que mostrar a los demás “quien manda aquí”, estamos entrando en un error del cual podemos no salir jamás.
Sí, los seres humanos somos competitivos por naturaleza, pero si no eres un Checo Pérez, a quien pagan por correr, no deberías hacerlo. Porque hasta él sabe dónde debe hacerlo y no es en las calles.
Y no, por más que pensemos que sí, nosotros no somos el mejor piloto del mundo.