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¿Qué sigue en la transformación política de México?

El presidente López Obrador, como ningún otro mandatario en los últimos 50 años, concentró personalmente todo el poder de la Presidencia de la República. Como ningún otro titular del Ejecutivo, también decidió eliminar las mediaciones entre el gobierno federal y las organizaciones de la sociedad civil, vinculando a todos los procesos de movilización y contacto popular a través de estructuras que no queda clara su operación, como es el caso de los llamados “Servidores de la Nación”, y menos aún los vasos comunicantes que tienen con las estructuras del partido en el gobierno.

Esto solo es posible en un régimen presidencialista donde, además, en los últimos seis años, se borró la presencia activa del Gabinete, al menos en lo que se refiere a la presencia pública, con lo que quedaron en las sombras los mecanismos de vinculación y concertación con los estados de la República y más aún, con los municipios.

Sin duda alguna, el presidente López Obrador transformó radicalmente el funcionamiento del aparato público. Llevó a cabo varias de las reformas constitucionales y legales más profundas en las últimas décadas; y generó -como todos los presidentes-, grupos de interés económico y político que le acompañaron en la toma de decisiones y en su operación; los cuales han entrado al juego y disputa por espacios de decisión de alcance nacional y regional, con el objetivo de seguir obteniendo beneficios y, de hecho, incrementar sus crecientes fortunas personales y familiares.

En ese sentido, la transformación que anunció durante años se concretó en un hiperpresidencialismo donde absolutamente todo se concentró en torno a su figura. Esto le llevó a una enorme eficacia electoral, que prácticamente ha desaparecido a las oposiciones formales, y que, por otro lado, ha generado una relación sui generis con los actores políticos y económicos más visibles en el país.

Para la Dra. Claudia Sheinbaum esta realidad constituye otro de los retos más relevantes para su operación política. ¿Cuál será su estilo personal? ¿Mantendrá a lo largo de su mandato las mismas estrategias que su antecesor? ¿Cuál será su relación con Morena? La cuestión no es menor, pues en su partido se han llevado a cabo cambios en su dirigencia que, si bien seguramente fueron consensados, no es claro si responden a su visión de país y de lo que se requiere para instrumentar y concretar exitosamente su proyecto.

Es tal la fuerza del presidente López Obrador que, aún en los últimos días de su mandato, sigue siendo la principal figura política del país. No se ha dado siquiera un fenómeno en el que tanto él como la presidenta electa compartan popularidad y presencia, y lamentablemente para el país, ella sigue percibiéndose como figura secundaria y en los peores comentarios y percepciones, como subordinada al presidente saliente.

El ejercicio de la política ha sido modificado radicalmente. Y frente a ello cabe preguntar: ¿ese estilo personalísimo es posible de extenderse en el nuevo gobierno? ¿la presidenta Sheinbaum dará por fin el paso tan necesario para el país, de democratizar al Ejecutivo o continuará con la lógica de concentrar todo el poder y autoridad en torno a su persona?

¿Cuál será la lógica del gabinete, con figuras que incluso han competido con ella por espacios de poder y que, de hecho, han realizado serios señalamientos, como ocurrió en el proceso interno de Morena? ¿Cuál será la lógica de relación con las y los gobernadores y con las y los alcaldes de las principales ciudades del país? ¿Cómo se relacionará con los medios de comunicación y con las y los académicos e intelectuales de mayor presencia y visibilidad pública? ¿Cuál será no sólo el estilo, sino la racionalidad político-económica con los ultrarricos del país, quienes incrementaron notablemente sus riquezas en los últimos seis años? ¿Cuál será su relación con los sindicatos y con las cámaras empresariales?

Las incógnitas son muchas. Y es de la mayor relevancia que la presidenta comience a establecer con claridad cuáles son los procesos y la racionalidad política que asumirá para tomar las principales decisiones nacionales. 

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