Ideas

Que se maten entre ellos

Existen muchos paralelismos que enmarcan a las administraciones federal y estatal en México y Jalisco, pero sin duda el peor de ellos es hacer la vista a un lado cuando se trata de inseguridad.

Sin importar que la población que gobiernan desaparezca o muera de maneras atroces, para la autoridad las víctimas no son más que cifras que deben ir a la baja. Y si, por obra de Dios (que no de su gestión), esto ocurre, es para compararlas con las del sexenio anterior. La meta, indudablemente, es demostrar que, aunque falta mucho, “ahí la llevamos”.

Que otros países emitan alertas de viaje a sus ciudadanos para que no gasten su dinero en este país es un signo de alarma, y claro que uno muy grande. Pero que el Presidente de México ignore y rechace la grave crisis que ha teñido de rojo al territorio nacional desde hace tres administraciones es aún más preocupante.

¿Recuerdas cuando Andrés Manuel López Obrador buscaba tu voto y la inseguridad era uno de los temas que más criticaba? Ahora, en el poder, la desfachatez y la falta de escrúpulos han llegado al grado de afirmar que en Sinaloa se matan entre ellos para golpear su proyecto político.

El paralelismo con Jalisco es el mismo. Si cambias en el párrafo anterior el nombre del gobernante y el del Estado por Enrique Alfaro y Jalisco, la idea se sostiene por completo.

Cuando la elección se acerca, lo único que importa es que tengas tu credencial de elector vigente y a la mano. Después, eres una cifra más, un indicador que incluso el Ejército va a abandonar al decir que eso de lograr la paz en Culiacán -Diego Monraz dixit- no les corresponde; que más bien eso queda en la buena fe de los grupos delictivos que se enfrentan porque hubo traición entre ellos.

Hoy, Sinaloa es el ejemplo. Hoy, el cinismo tiene nombre: Francisco de Jesús Aldana, comandante de la Tercera Región Militar. También se suma el del Presidente López Obrador, quien ha mirado hacia cualquier lugar excepto Culiacán, donde la crisis de inseguridad se ha convertido en una crisis alimentaria y de salud. ¿Cuántos camiones con insumos se atreven a entrar en una zona controlada por grupos criminales? ¿Cómo surtir un mercado médico o alimentario cuando existe el riesgo latente de que una bala perdida impacte a los proveedores?

La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, no ha hecho más que ratificar el descaro: si entra la autoridad, la guerra se desata. ¿Acaso no se iba a eliminar eso en los primeros tres años del obradorato?

Esta crisis de inseguridad, violencia y abandono en México revela una profunda fractura en la seguridad pública y en la capacidad del Estado para controlar y reducir el poder del crimen organizado. El hecho de que el Ejército afirme que no puede frenarla y sugiera que son otros, los que existen porque el Estado así lo permite, quienes deben lograr la paz, muestra una preocupante falta de estrategia. Y México tiene dos décadas de sangre y muerte en esas deplorables condiciones.

Seas simpatizante o defensor a ultranza del régimen obradorista, que el jefe del Estado mexicano atribuya este tsunami de desesperanza a un boicot político en su contra no solo revela una profunda soberbia, sino que cierra la cortina a la función primordial de garantizar seguridad a sus gobernados y, de manera insólita, abandona la obligación de contener e imponerse al crimen.

La población espera protección de las fuerzas armadas y del Gobierno, y eso es justamente a lo que se comprometieron ambas al asumir sus cargos.

Al desestimar la grave situación y acusar a sus críticos de utilizar la violencia y las muertes con fines políticos, Obrador sepultó la idea de barrer las escaleras de arriba hacia abajo. Sus afirmaciones deslegitiman el sufrimiento de las víctimas y restan urgencia a la necesidad de implementar una política de seguridad más efectiva.

Nadie que tenga simpatía por la llamada Cuarta Transformación se atreve a discutir el profundo problema estructural que ha arruinado la estrategia actual de contención de crímenes atroces, como los que implica una guerra entre cárteles.

Hoy, en México se cierra la administración con reformas estructurales y el Grito de Dolores en la capital, pero la gente en Culiacán se oculta en casa y el Gobierno de ese Estado se queda observando. Total, en Sinaloa se matan entre ellos y, en algún momento, la ola ha de parar… hasta que esta impacte en otros Estados y la indolencia, el sello de la administración, vuelva a ser el pan nuestro de cada mañanera.

isaac.deloza@informador.com.mx
 

Temas

Sigue navegando