“Qué rápido corren los carros del ferrocarril”
Toda mi vida me han gustado los trenes. Recuerdo con agrado cuando nos íbamos en tren a la capital, entonces era Distrito Federal, y amanecíamos en Ocotlán o en las milanesas en Irapuato o, en ocasiones, hasta en nuestra bella capital, pero era, si no muy exacto, sí muy agradable. Familiarmente, mi abuelo contaba que en su juventud fue maquinista, con tal éxito que cuando sabían que pasaría su tren, la gente solía decir “pongan a tiempo sus relojes que ahí viene el tren de Zuloaga”. ¡Qué tal!
A muchos políticos les han gustado los trenes: don Porfirio Díaz fue uno de ellos y trajo el tren a Guadalajara en 1888, a la estación donde duró hasta finales de los cincuenta. Por otra parte, en un combate de promesas de campaña, que desde luego no pensaban cumplir, se liaron el fallecido Aristóteles Sandoval (muerto trágicamente hace años pero que ustedes me disculparán no dar más datos para no interferir en la investigación y con ello que pueda aclararse el crimen en algún futuro), que proponía un tren volador, y Emilio González Márquez, quien se llevaba con sus gobernados literalmente de “mentada de madre” y que proponía un tren bala a la Gran Chilangostlán y que tampoco existió más allá de en su mente; pero de ambas promesas se habló mucho.
El actual gobernador inauguró varias veces, junto con el demócrata Peña, la Línea Tres, y promovió intensamente y logró el apoyo del actual jerarca federal para la línea 4T, que pronto estrenaremos. Pero más allá de lo que construyó el general Díaz, el actual presidente hace años prometió una línea de tren en el sureste y obvio que unos dijeron que sería una promesa más y otros, los menos, le creyeron al presidente; pues esta semana entregó una tercera parte de esa megaobra, que él mismo calificó como la más grande del mundo y lástima me quede tan lejos, pero ya llegará para acá.
Otro caso a pensar es el de la habitación presidencial, porque no me dirán que uno no se acostumbra al rumbo donde vive; así, ya se modificó parte del palacio para que lo habitaran el señor presidente, su esposa la Dra. Beatriz Müller (que espero así se escriba) y un hijo del presidente -que no sé por qué no lo mencionan. El hecho es que ya están acomodados y acostumbrados al vecindario, donde ya están realizadas las reformas a sus necesidades y, vamos, las necesidades de la Dra. Claudia Sheinbaum y de Dulces Nombres, recién casados, que andarán buscando algún sitio para gozar las delicias del amor y el palacio es grande y hay bastantes otros lugares ahí para muchas otras familias que ya se irán acostumbrando, por lo que me parece que somos malagradecidos de correr al presidente cuando termine, nada más por fregarlo, porque ya no le servirá a otra gente y está de más querer exclusivizar.
@enrigue_zuloaga