¿Qué onda con Guadalajara? La fatal traición al Plano Loco
Es ahora una ciudad de cinco millones de habitantes. Es deficiente, injusta, dispersa, insostenible, y el 14% de su superficie, gracias al miedo, ya consiste en los tumores urbanos conocidos como “cotos”: es la séptima parte de “ciudad” privatizada y en cierto sentido fuera del control de las autoridades y de la vida pública y democrática que hace las ciudades de a de veras.
Guadalajara además tiene otro cáncer galopante: el de los coches que crecientemente envenenan la atmósfera y hacen perder millones de horas-hombre, es decir el irrecuperable tiempo de vida de todos, que vale más de billones de pesos que nadie cuenta. La seguridad es absolutamente lamentable. Los servicios no ajustan y cientos de miles de pobladores no tienen agua adecuadamente. Seguimos envenenando criminalmente el Río Santiago y chupándonos a la delicadísima Laguna de Chapala. La disposición de residuos sólidos deja aún mucho que desear. Y así podríamos seguir. Para ser claros y sumarios: la gestión de la ciudad, durante los últimos cuarenta años ha sido un costosísimo fracaso.
Así llegamos a “festejar” el 476 aniversario de que un grupo de bravíos y valientes peregrinos lograron, al cuarto intento, fundar a esta noble y leal ciudad, gracias –se dice– a la voluntad de una mujer lúcida y decidida, la madre de Guadalajara: doña Beatriz Hernández. Hay que festejarlo, no cabe duda, o al menos –en vista del éxito obtenido– a conmemorarlo.
Todo iba razonablemente hasta 1938. Entonces el gobernador Everardo Topete inauguró una siniestra serie de pérdidas patrimoniales y simbólicas: vendió para destruirlo el antiquísimo colegio de Santo Tomás –universidad original fundada por el obispo Alcalde en 1792– adjunto a la iglesia de los jesuitas del mismo nombre, hoy “Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz” (que además se acaba de quemar). Luego 1948: entonces un gobernador bienintencionado, sin duda, destruyó “ampliándolas” las dos calles principales de la ciudad: Alcalde-16 de Septiembre y Juárez (además de Corona). De allí provino una cascada de destrucciones patrimoniales y de sucesivas y deletéreas ampliaciones de otras calles que condenaron a la ciudad a su falsa y gravísima “vocación” automovilística.
Entre 1936 y 1940 dos ingenieros, Pedro Castellanos Lambley y Juan Palomar y Arias quisieron adelantarse al desastre y elaboraron pacientemente lo que, mitad en serio mitad en broma, llamaron el “Plano Loco”. En él planteaban una radical transformación –para bien– de la ciudad, y proponían un desarrollo racional y viable frente al futuro. Fue la aportación en términos de arquitectura urbana (urbanismo) de la Escuela Tapatía de Arquitectura y su espíritu y principios. A pesar de que algunas de sus ideas fueron parcialmente adoptadas después (como el anillo de circunvalación) por lo demás el esfuerzo fue olímpicamente ignorado. En resumen, el “Plano Loco” proponía una generosa red de muy amplios parques lineales que combinaban la vialidad –sobre todo a pie– con la demarcación de barrios consolidados y autosuficientes. Preveía un crecimiento radial, con densidades razonables. Si se le hubiera hecho caso, ahora –dentro del Periférico– cabríamos sin problemas 6.5 millones de habitantes. Y se hubiera preservado así el precioso terreno circundante, con los valles enteros de Tesistán y Toluquilla como los proveedores inmediatos de toda la comida de Guadalajara y muchas otras regiones. Y etcétera, el tema da para mucho.
No queda más que aprender, humilde y lúcidamente, de nuestros errores. Reconocer la corrupción, la estupidez, la ineptitud política y urbana, el egoísmo colectivo. Pero también reconocer que, las nuevas generaciones –las viejas ya no tienen remedio– podrán edificar a partir del actual desastre una ciudad justa, luminosa, sostenible, y sobre todo bella.
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