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¿Qué hacemos con el Cártel de los Motoladrones?

Hace unos años me sorprendió que la Policía de Guadalajara boletinó las fotos del mismo par de motoladrones apenas con unos días de diferencia. Decidí investigar el caso.

Mi sorpresa creció cuando descubrí que la víctima los denunció, pero los dos motoladrones abandonaron la cárcel días después tras pagar unos dos mil pesos de fianza. La quinta parte del valor del botín: un celular de unos 10 mil pesos.

Negocio redondo: sale barato robar y librar la cárcel.  

Desde entonces ha corrido mucha tinta e innumerables acciones fallidas de la autoridad contra el Cártel de los Motoladrones que cumple más de una década de asolar nuestras calles.

La primera reacción consistió en reforzar la vigilancia en zonas de alta incidencia, fórmula vaga y aplicable para cualquier problema de inseguridad. Pero en 2018 lo llevamos al absurdo. Con la nueva escultura Árbol Adentro de José Fors en Paseo Alcalde, el atractivo turístico se convirtió en un foco para el robo profesional de celulares en plena selfie. La respuesta del municipio consistió en colocar a su lado uniformados de planta. Hasta la fecha siguen ahí. ¿Qué ocurrió? Los motoladrones simplemente se desplazaron a otras zonas del Centro y la ciudad.

No alcanzan los policías para custodiar cada esquina.

También intentamos el modelo colombiano: obligatorio el casco y chaleco con número de placas. Con más de medio millón de motos en el Estado (y contando), la medida duró apenas unos meses. Pasado el escándalo mediático y el reclamo ciudadano, dejó de aplicarse la ley.

Una política pública sostenida, eventualmente, debería modificar la cultura vial de los motociclistas y disminuir la incidencia de robos en moto. No ocurrió ni lo primero ni lo segundo.

Los motociclistas circulan sin placas, sin luces, sin chaleco reflejante y con dos o más pasajeros. Las condiciones para delinquir favorecen a los motoladrones pues se camuflan en un concierto de violaciones a la norma.  

A esto se suma la falta de una estadística confiable. En 2019, un año antes de la pandemia, la Policía de Guadalajara reportaba en promedio 34 atracos de motoladrones al mes. En todo el año pasado, sólo tienen alrededor de 60 reportes.

Podríamos creer que hay una baja en la incidencia. Sin embargo, hay otra posible explicación: este delito se volvió tan cotidiano que la frustración y la resignación ya no son suficientes para reportarlo a la policía. Mucho menos para denunciar a la Fiscalía.  
En otras palabras, ni siquiera tenemos diagnosticado el problema.

Mientras ha transcurrido esta década de desaciertos y políticas de seguridad reactivas e inofensivas, los motoladrones han evolucionado. Ahora te roban el celular y además aprovechan para cambiar claves, ingresar a tus cuentas bancarias, usan tus sistemas de mensajería para solicitar préstamos a tu nombre.

El robo de un celular se convirtió en un evento catastrófico. Ya no se trata sólo de una incidencia delictiva posiblemente en aumento sino de la sofisticación del criminal, en este caso, la consolidación de un nuevo Cártel de los Motoladrones.  

EN PERSPECTIVA. El éxito del operativo lanzado por las alcaldías para inspeccionar a motociclistas dependerá de su continuidad. Y luego de la coordinación con la Policía Vial y la Fiscalía. De lo contrario estaremos ante otra medida más de relumbrón para salir al paso. Sumamos diez años así. 

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