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¡Qué gordos nos caen los políticos en campaña!

Unos u otros, qué mal nos caen en general los políticos en campaña. Incluso los que en la vida privada nos podrían caer bien y con quienes, echando cálculos, bien podríamos pasar una buena tarde tequilera, a la mera hora, cuando les toca hablar o hacer su chamba, terminan haciendo que no los queramos ver ni en pintura y cambiando la estación de radio a la menor provocación.

Pero ahí están, estos hombres y mujeres, posando espectaculares, pulcros y relucientes, sin manchas de sol en sus frescos rostros, habiendo dormido ocho horas (qué envidia) o con un Photoshop natural nomás pa’ lucir “radiantes” en sus cuidadísimas fotografías y habitando con ellas toda la ciudad. Los he visto en las partes laterales y traseras de los autobuses; incluso con uno estuve a punto de chocar y pensé, nomás faltaba que este y yo nos enfrentemos de este modo tan curioso.

Están también en los espectaculares, siempre luciendo -valga la redundancia- espectaculares, mostrándonos su mejor lado y su mejor semblante. Las camisas en el caso de los hombres, planchadas hasta el punto del almidón, nuevas, o parece que siempre son nuevas, sin una mancha del chilaquil de la mañana o del menudo que se echaron en tal o cual colonia, haciendo migas con cuanto establecimiento se les ponga enfrente. La dentadura, en el caso de las damas, blanca memorable, libre de cualquier rastro de labial que hubiera podido ocurrir dando un discurso; bien me caería que me pasaran el truco para ver si ‘ora sí me animo a maquillarme en eventos un poquito más.

Del rímel con este calor, ni se diga, ni media mancha, pos’ ¿qué marca es o qué? Yo, viernes que se me ocurre andar más “mona” y hasta el lunes parezco mapache o adicta en recuperación. Qué tal en la pantalla, se les ve de una soltura, haciendo garbo de la magnífica virtud de la elocuencia o también de la magnífica otra virtud de hacerse patos, con los que, según sea el caso de lo que se quiera decir, a todos nosotros, el pueblo de México, nos traen mareados. Hablan del enemigo -porque así se describen entre ellos- con elocuencia, hablan de sus logros con entusiasmo, ah pero nomás quieren esconder un poquito de la cola que traen arrastrando y olvídese, misterio sin resolver.

Recientemente me preguntaban sobre la importancia de ir a votar, y la verdad es que, si bien conozco la teoría, lo que dan ganas -y por lo que entiendo el fenómeno ocurre aquí y en China-, es el abstencionismo: la sociedad está cansada, incrédula, desgastada y buena parte de ella, rota. Entiendo que el voto quizá sea la única plataforma en la que la voz de cada uno de nosotros es exactamente igual, nuestro voto junto con el de alguna persona de altísimo rango vale lo mismo. No importan apellidos, jerarquías, ínfulas o bajas autoestimas, nuestros votos valen exactamente igual.

Si usted está esperando, como yo, a que pase el último debate en el que el tema será -ni más ni menos- seguridad, ya mero aclarará su mente. Si usted también es de los que piensa llegar y ahí mismo decidirse, estudie bien la boleta porque no está tan clara. Si usted es el de los contrapesos, es usted un casi intelectual. Y si usted es un abstencionista, vaya, vaya y comuníqueles, en la forma que mejor le parezca, su postura y hartazgo hacia la clase política.

Aguante un poco más, ya mero se terminan estas tan aburridas campañas…

argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina

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