Putin y el jaque al liberalismo
¿Cómo es posible que países como Cuba, Venezuela o Nicaragua, que se dicen de izquierda, y personajes de la izquierda mexicana apoyen a Putin, un personaje que es todo lo contrario a un socialista y actúa con lógica imperialista? ¿Por qué algunos republicanos estadounidenses, con Donald Trump al frente, o la extrema derecha francesa encabezada por Eric Zemmour y Marie Le Pen, admiran y defienden al líder ruso que es la némesis de occidente? ¿Qué es lo que unos y otros, izquierda y derecha, ven en este personaje y en este tipo de acciones?
Quizá lo primero que habría que hacer es salirnos de la lógica de izquierda y derecha. Lo que une a unos y otros son los nuevos nacionalismos de corte populista. No nos confundamos, el tema va mucho más allá del populismo entendido como expresión política. Estos nuevos líderes llegaron o buscan el poder desde la izquierda o la derecha, pero todos comparten tres elementos: un cuestionamiento a la economía globalizada, la desconfianza en las instituciones de la democracia liberal y un exaltamiento de los sentimientos nacionalistas. Si esta especie de renovado nacional-populismo está creciendo en todo el mundo se debe fundamentalmente al fracaso del liberalismo para cumplir con sus promesas básicas de igualdad y bienestar, de generar una mejor calidad de vida para todos los ciudadanos y particularmente a los efectos devastadores que ha tenido la globalización en la concentración de la riqueza y la destrucción de territorios.
El modelo dominante durante todo el siglo XX y los primeros años del XXI, que tienen en Estados Unidos y Europa a sus principales representantes y beneficiarios, está en crisis. Las respuestas de los países occidentales a los grandes retos sociales y políticos suenan hoy huecas y anacrónicas. El discurso libertario se hizo viejo; sus líderes y pensadores también.
La gran batalla que tiene que librar el mundo occidental no es militar, sino ideológica. Nadie tiene duda que los países que conforman la OTAN tienen más capacidad de fuego que cualquier otra nación o región. El problema es más profundo y viene de más atrás. El enemigo del liberalismo, de eso que conocemos como pensamiento occidental, está en casa, en las sociedades de esta región del mundo que han dejado de creer en los valores de la modernidad porque los Estados que debían de protegerlos y promoverlos dejaron de hacerlo. La libertad como valor fundamental, bandera y buque insignia dejó de tener fuerza en la medida que se desligó de los otros dos grandes valores emergidos de la revolución francesa; la igualdad y la fraternidad, la obligación que tenemos como sociedad de velar los unos por los otros.
Putin avanzó sus piezas y puso en jaque a occidente mucho más allá de Ucrania.
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