Pura clase mundial
Muy probable es que concuerden conmigo en que no todas las instituciones con que contamos en nuestro país podrían distinguirse por su estabilidad, profesionalismo y eficiencia, y que la designación de algunas como “empresa de clase mundial” no cualquiera se la gana nomás porque sí, sin que esté sustentada en un sólido y eficaz rendimiento.
La mera verdad, no tengo ni la más remota noción de cuántas ni cuáles compañías hayan conseguido tan notable apelativo, pero de la única que he escuchado que se refieran como tal es nada menos que nuestra gloriosa comisión destinada a dotarnos del flujo eléctrico, sin el cual la vida moderna se nos empina hasta grados inimaginables.
No me atrevo ni a recordar sin que me entre un escalofrío existencial, las ocasiones en que la ausencia de tan vital suministro me ha dejado en una especie de limbo ocioso, durante el que mi vida entera extravía su sentido y no me deja más alternativa que echarme a dormir, presa del desencanto y sumida en el infortunio, cuando apenas han dado las siete de la noche y me han sido arrebatadas mis preciadas horas de esparcimiento cotidiano frente al televisor, la computadora, un buen programa de radio o la lectura que se dificulta sin más iluminación que una crepitante vela. Y ni siquiera cuento ya con el gustado recurso de aprovechar las tinieblas obligadas, para reunirme con hermanos y primos a contar cuentos de miedo, porque varios de ellos ya no están y, para relatos de horror, a los vivos nos basta sintonizar cualquier noticiario para que los pelos se nos pongan de punta, a plena luz del día.
Por eso y muchas cosas más, quiero hoy hacer patente mi agradecimiento a esa empresa sin competencia que me confiere la prerrogativa de vivir conectada con la realidad y la tecnología sin cuya intervención me quedo hasta sin agua, por aquello de la inminencia de bombearla. No encuentro, más que con estas humildes letras, la manera de corresponder a su magnanimidad, no solo por el hecho de haberme proveído por 43 años de energía eléctrica facturada en base a lecturas estimadas, sino por la paciencia de quienes en dicho lapso han salvado el obstáculo de caminar el metro y medio que separa al medidor de la banqueta para realizar la lectura.
Para subsanar semejante desconsideración, por la que nunca había recibido apercibimiento alguno, debo igualmente agradecer a la comisión que me ha concedido la gracia de diez largos días para que corrija la situación, realizando la adecuación por mi cuenta y cargo, para apegarla a las especificaciones consignadas en un complejo diagrama que solo podrían descifrar los entendidos en mufas, ohms, amperes, polos y exquisiteces por el estilo.
A Dios gracias, he localizado a un profesional que me cobra la irrisoria cantidad de 500 pesos por atender el requerimiento de instalación, y me he gastado solo otros mil y pelos en un tubo conduit, cables de cobre, interruptor, enchufes, cartuchos fusibles, alambres, conector y varilla de tierra. Merced a su amable consideración, por demás también agradecible, es que los operarios de la empresa no me importunarán más con su apreciable visita porque, si yo hiciera caso omiso de la notificación, pasados los diez días convenidos en el documento que dejaron, éste será considerado como autorización expresa del titular del contrato para que la comisión realice el corte y baja del servicio. Así que habida cuenta que tardaron 43 años en reconvenirme, bastan 10 días para recomponerlo. Ya pasaron siete y espero que sábado y domingo no engorden la suma. Pura clase mundial, pues.