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Prokofiev y Brahms, en las antípodas

Prokofiev y Brahms, como compositores, están en las antípodas. El primero (1891-1953), ya en el Siglo XX, decidió experimentar con armonías disonantes y compases inusuales para ganarse la etiqueta de iconoclasta. Brahms (1833-1897), por el contrario, siendo contemporáneo de Liszt y Wagner, mantuvo inquebrantable su fidelidad a los principios estéticos de sus predecesores, especialmente Beethoven.

El primero (en Re menor. Op. 19) de los dos Conciertos para Violín, de Prokofiev -contemporáneo de la Sinfonía “Clásica”, respetuosa, aún, de los cánones, y sin ningún parentesco, en lo estilístico, con ésta-, y la Primera Sinfonía (en Do menor, Op. 68) de Brahms -llamada “La Décima de Beethoven”-, estuvieron en el primer programa de la Tercera Temporada 2022 de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, la noche del jueves en el Teatro Degollado.

Con regular respuesta de público (media sala) y con José Luis Castillo, su director artístico, al frente del ensamble, la Obertura para Orquesta de la compositora polaca Grazyna Bacewicz (1909-1969) abrió la velada. Aunque compuesta y estrenada en un entorno sombrío (en 1943, en plena II Guerra Mundial, con Polonia ocupada por las tropas alemanas), la obra, colorida y rítmica, tiene un carácter marcadamente festivo. Quizá su ejecución haya sido estreno en Guadalajara.

Para el Concierto No. 1 para Violín, de Prokofiev (a años luz de los de Mozart, Beethoven, Tchaikowsky, Dvorak y Paganini, amos absolutos en el repertorio de ese instrumento) fungió como solista Shari Mason, actual concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional de México y de la Sinfónica de Minería. Estrenado en París en 1923, el Concierto incluye un agradable diálogo del instrumento solista con el pleno de las cuerdas, en tonos agudos, al final del primer movimiento, y deja para el final el movimiento lento, en diálogo con la flauta. Shari respondió a las exigencias técnicas de la partitura: agilidad y digitación principalmente. El público respondió con calidez... aunque se quedó con ganas de “propina”.

El plato fuerte de la velada fue, por supuesto, la Primera Sinfonía de Brahms. Estrenada en 1876 y calificada modestamente por su propio autor como “larga, difícil, no exactamente encantadora... y en Do menor”, la obra tiene versiones de referencia como la de Wilhelm Furtwangler con la Filarmónica de Berlín en 1951, considerada “la grabación del Siglo (XX)”. Respetuosa del tempo, propicia para el lucimiento de los metales, la lectura de Castillo tendió a la estridencia, en detrimento de detalles como el bellísimo solo del violín concertino (casi inaudible) al final del segundo movimiento.

El programa, como de costumbre, se repite este domingo, en la misma sala, a partir de las 12:30 horas.

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