Prigozhin, de la calle a desafiar a Putin
Un hombre que se ganaba la vida en un modesto restaurante en las calles de San Petersburgo se reunió con amigos que le animaron a formar un grupo para obtener contratos del gobierno para proveer de alimentos a las escuelas y las cárceles de la ciudad. Entre políticos y empresarios se tejieron en aquellas mesas los entramados, y gracias a esas relaciones después de la caída de la Unión Soviética, los contratos fueron fluyendo. Contaba con un gran amigo pronazi fortachón, con quien fue formando, al mismo tiempo, un grupo paramilitar con voluntarios enfocados en entrenarse rigurosamente para proteger sus intereses. Yevgeny Prigozhin pronto estableció relaciones con otro joven osado: Vladimir Putin, quien acumulaba poder cada día: los contratos se multiplicaban, mientras los voluntarios se convertían en parte de un ejército de mercenarios alimentado por ex convictos. El cocinero pasó a ser “chef” en el Kremlin dada la cercanía con el poder, mientras el grupo adquiría el nombre de Wagner en honor al músico alemán. Con el paso del tiempo, las encomiendas subieron de valor, convirtiéndolo en un millonario poderoso con visibilidad política, que igual aplacaba a los chechenos rebeldes que explotaba intereses rusos en Siria o África. Su posición real dependía del favor de Putin y de la jerarquía del Ministerio de Defensa. Luego se involucró en la guerra de Ucrania donde su grupo representa la unidad mejor entrenada y casi el 10% de la fuerza militar rusa en el frente.
Ahora, el emprendedor restaurantero, salido de las calles y vuelto paramilitar, ha puesto al mundo atento a sus movimientos, emprendiendo una lucha contra la burocracia militar y se ha enfrentado a Putin en el mayor desafío para el presidente que tomó el poder en el año 2000.
Con una fuerza militar que depende materialmente del Kremlin, decidió provocar una crisis para hacer visible la guerra a la población rusa, logrando lo que las sanciones de Occidente no consiguieron: crear un ambiente de tensión y ansiedad en toda la extensión del país.
A estas alturas no es claro cómo terminará la historia de Prigozhin, pero las consecuencias serán seguramente trascendentes. Uno de los analistas más reconocidos en política global, Ian Bremmer, había publicado anteriormente opiniones respecto a este personaje señalando su valor estratégico como un brazo operativo en Ucrania. Pero también había marcado la importancia de las empresas privadas en la geopolítica.
El grupo Wagner no es ninguna trasnacional que elude las regulaciones, pero es una muestra de cómo la privatización de la seguridad implica un peligro no solamente para el país que la realiza, sino mucho más allá. Los contratistas que manejan armas, información o tecnología militar o de seguridad civil son en sí mismos elementos estratégicos para realizar labores que están en el límite de la legalidad.
La regulación de la gestión privada en la seguridad, las cárceles o la vigilancia requiere de una supervisión técnica y democrática para que tenga, no sólo eficacia, sino sobre todo legitimidad, algo que nunca existió en aquel grupo de San Petersburgo. Las especulaciones respecto a los resortes efectivos que hicieron saltar la rebelión en Rusia son muchas, pero el hecho muestra que esa grieta, siempre estuvo ahí.
El cocinero salido de las calles de San Petersburgo ha dado un paso definitivo. No deja de ser paradójica la combinación de ideologías en la trama en la que hay un componente pro nazi, los resabios comunistas de la KGB, la tentación liberal de Occidente y un pragmatismo que cambió los trastos de cocina por tanques y aviones de combate. Una historia aún inconclusa que va dejando enseñanzas por todas partes.
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