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Presupuesto y democracia

El martes eran las universidades en pie de guerra en demanda del cumplimiento de la palabra para que les mantuvieran el presupuesto en términos reales, es decir, lo mismo de este 2018 más inflación; esa misma tarde el Presidente salió a decir “se cometió un error” (los errores nunca tienen responsable, son hijos bastardos de la administración). Ayer los alcaldes de todos los municipios de Jalisco (menos los de Morena, por supuesto) se manifestaron en la Minerva para pedir más inversión. Javier Corral, gobernador de Chihuahua, anuncia una cumbre de gobernadores el día de hoy en la Ciudad de México para exigir mejor trato presupuestal a los estados. Ayer mismo, de un plumazo los diputados sacaron de la chistera 23 mil millones de pesos más (que probablemente estaban detrás de la oreja del secretario de Hacienda) para corregir algunos excesos del presupuesto.

Nunca habíamos visto tanta movilización y tanta discusión en torno al presupuesto del Gobierno federal. Esto, que es inédito en el país, tiene que ver, me parece, con dos cosas: el estilo personal de gobernar de López Obrador e instituciones democráticas que a querer o no, se mueven.

Las elecciones se ganan polarizando, pero se gobierna consensuando. López Obrador mantuvo durante todo el periodo de transición el tono confrontativo y las acciones polarizadoras. El amplio margen del triunfo y tener por primera vez desde 1994 la mayoría en las dos Cámaras les hizo pensar que podían gobernar arrollando. En el discurso de toma de posesión y en las primeras acciones de Gobierno el Presidente borró a gobernadores y alcaldes, luego se confrontó con la Suprema Corte y quiso imponer decisiones que afectaban a terceros, como la ley de salarios del sector público, la guardia nacional militarizada y el mismo presupuesto, por la vía del mayoriteo, sin hacer trabajo político previo.

Las cosas, para el bien de todos, no están resultado tan sencillas. Existe un país plural y unas instituciones que, llenas de defectos, torpes y obesas en su nómina, finalmente tienen fuerza y vida propia

Las cosas, para el bien de todos, no están resultado tan sencillas. Existe un país plural y unas instituciones que, llenas de defectos, torpes y obesas en su nómina, finalmente tienen fuerza y vida propia. Nuestra democracia está bastante viva y tiene reflejos.

Si la llamada cuesta un peso, 90 centavos no alcanzan; lo mismo sucede en la política: la mayoría traza el rumbo, pero las minorías son las que completan la llamada. Reconocer públicamente el error de las universidades fue la primera manifestación de López Obrador de que es momento de hacer política, que no basta la mayoría para transformar al país, se requiere del consenso de las fuerzas políticas. Ojalá sea este el principio de una etapa donde la política se imponga sobre la arenga.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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