Posadas, remembranzas a 30 años de impunidad
Eran desde aquel entonces años aciagos para México y para Jalisco los de la década de los noventa en el cierre del siglo pasado.
Yo era un novato que cumplía sus primeros años en este, el mejor oficio del mundo (como lo llamó el premio Nobel Gabriel García Márquez), y sin duda esos terribles episodios que me tocó reportear como las explosiones del 22 de abril de 1992, la peor tragedia colectiva que ha vivido la ciudad; el asesinato del cardenal y obispo de Guadalajara un 24 de mayo como hoy, pero de 1993 en el aeropuerto tapatío; así como el inicio de la debacle priista que representaron los asesinatos el año siguiente, primero del candidato priista a la presidencia Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994 en Tijuana, y luego el del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, el 28 de septiembre en la Ciudad de México, marcaron el inicio de mi ejercicio periodístico.
Mis días de descanso eran entre semana, así que aquel miércoles 24 de mayo no hubo otra instrucción que suspender el asueto y acudir de inmediato a la terminal aérea a confirmar las primeras versiones de que la principal víctima de aquella balacera había sido el influyente líder religioso.
Llegué al aeropuerto cuando aquello era todo un caos. Los usuarios del aeropuerto corrían despavoridos luego de la primera balacera. Me tocó atestiguar el estruendo de la segunda balacera, y cómo hasta horas después dejaron salir a los que habían aterrizado en Guadalajara procedentes de otras ciudades durante la refriega, que la versión del Gobierno federal atribuyó a un enfrentamiento entre la banda de los Arellano Félix, del cártel de Tijuana, y de Joaquín “El Chapo” Guzmán, en medio de la cual acribillaron al religioso por, según ellos, haberlo confundido con el líder del cártel de Sinaloa. La iglesia católica y el Gobierno estatal panista, en cambio, siempre insistieron que se trataba de un crimen de estado, para silenciar al prelado de todo lo que sabía de la colusión de autoridades con el narco.
El cardenal había acudido al aeropuerto a recoger al nuncio apostólico Gerónimo Prigione, que lo acompañaría a la inauguración de una mueblería.
La agenda del cardenal era privada, por eso fue una sorpresa para mí ver aparecer en las puertas del aeropuerto precedente de la Ciudad de México al representante papal y darle la noticia en medio de aquel torbellino, que el cardenal que lo esperaba había sido asesinado en cuanto llegó al estacionamiento de la terminal aérea.
Aunque a la fecha siguen presos cuatro presuntos implicados, otro de ellos fue hallado muerto en su celda días después del asesinato, y otros fueron liberados, lo cierto es que no hay ningún sentenciado, y de los eventuales asesinos intelectuales nadie sabe nada.
El único hecho innegable es que como ocurrió al menos una década antes de ese magnicidio, y hasta nuestros días, lejos de detener la infiltración de las mafias en la dinámica social, su presencia no sólo gana cada vez más espacios en gobiernos, policías y la iniciativa privada, sino también avanza su arraigo en comunidades que les dan protección y cabida, como quedó claro aquella tarde de hace 30 años.
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