Ideas

Porque los grandes se van en silencio...

A Miguel Castro Sánchez

Sí, efectivamente se fue un grande. Su huella está plasmada en cada cifra estadística en las que se explica el éxito de la avicultura mexicana.

De todos es conocida la prosperidad del sector y de sus empresas. 

Por supuesto, gracias al trabajo de mujeres y hombres que han forjado sus proyectos con un esfuerzo admirable y perseverante. Sin embargo, esa prosperidad no hubiera sido de tal magnitud sin el respaldo de una organización gremial, como la Unión Nacional de Avicultores (UNA).

Una institución que se transformó gracias al arrojo de un grupo de jóvenes que tomaron la iniciativa de arrebatar el liderazgo en los años setenta y ochenta de mano de dirigentes “antiguos” que conformaban fuertes cotos de poder.

Fernando Zaragoza Iberry, Arturo Gilio Rodríguez, Oscar Hidalgo Villafañe y Miguel, entre otros, se levantaron literalmente en armas para construir una nueva Unión de Avicultores visionaria y a la altura de las exigencias de esa época.

Miguel continuó la labor emprendida por Fernando Zaragoza, consolidando la institución con seriedad y profesionalismo.

Fincó las bases del respeto que se fue ganando con el tiempo y que sería después la divisa más valiosa de la UNA por casi cuarenta años.

Su carácter formal, con tintes de rebeldía y reacciones “campechanas”, lo hicieron un referente entre los funcionarios de gobiernos que asumían y trasladaban su autoridad al paso de los sexenios.

Y Miguel seguía siendo Miguel.

El construir un organismo del gremio, además de adquirir una sede propia, que sí lo hicieron en las calles de Medellín 325, significa taladrar desde el drenaje profundo las columnas de una representación que sugiera rumbo y luz. Para lograrlo se requiere de líderes objetivos e independientes como los que a gritos demanda actualmente el sector empresarial.

Miguel entendió muy bien la necesidad de conformar una Unión sólida con suficientes recursos económicos que le permitieran rodearse del mejor equipo y asesores de primer nivel para formular iniciativas, propuestas y argumentos de defensa.

Sergio Chávez, su director general, lo acompañó y aconsejó en esa travesía desde el primer día siendo su gran amigo y confidente.

Miguel gestionó a toda cabalidad ante la Secretaría de Hacienda y Diputados el reconocimiento para el sector agropecuario de “su desigualdad y por lo cual, no debía ser tratado como otro igual”. De ahí derivó el régimen especial de tributación fiscal.

Miguel inició la tarea de representación avícola en las rondas de negociación para la admisión de México al GATT y posteriormente al TLCAN, encomiendas consolidadas por Arturo Gilio, Homero Martínez y Jaime Yesaki.

Al dejar su encargo avícola, Miguel fue presidente del Consejo Nacional Agropecuario, diputado federal y precandidato a gobernador de Nayarit.

Su trajín semanal no fue fácil. Viajar de Nayarit a la Ciudad de México no era como es ahora, ¡era peor!

Volar de Vallarta, regresar vía Guadalajara y manejar a casa los fines de semana para encontrar a Ofelia, su querida Ofelia, que siempre lo esperó en Tepic como una gran señora, fue un reto para toda la familia. 

Así las cosas, Miguel abrió la ventana de la UNA al mundo asumiendo la presidencia de ALA (Asociación Latinoamericana de Avicultura), después de la organización de un exitoso congreso internacional.

Pero sobre todo, Miguel abrió las puertas de la Unión.

Literalmente provocó que productores de todo el país coincidieran y sintieran orgullo de su Unión, esa que los ha representado por años y a la cual mucho le deben, tanto como a Miguel. ¡Gracias, Don Miguel Castro!

Te vamos a extrañar, pero en la Colonia Roma, en Medellín, vivirás para siempre. 

*Empresario avícola, ex presidente de la Unión Nacional de Avicultores, ex presidente de la Organización Mundial del Huevo, hoy Coordinador de COINCyDES. 

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