¿Por qué se necesita el escepticismo?
Ando a caballo entre las novelas de Leonardo Padura y los libros de divulgación científica de Carl Sagan, y no puedo sino leerlos en clave de realidad mexicana. Padura narra magistralmente la purga ideológica que hizo Stalin en su Gobierno para deshacerse de todos sus enemigos internos (los otros ya habían sido vencidos) y Sagan nos recuerda la débil mentalidad científica que tienen las sociedades contemporáneas, su incapacidad para someter a prueba las hipótesis de los que se animan a formularlas (Einstein o un gobernante).
Y me dan escalofríos, la verdad. Stalin decía: ¡finalmente encontramos a los enemigos! ¡Ellos son los que provocaron el incendio en la fábrica que ardió hace dos días! Y claro, quién se iba a oponer a su castigo. Tanto tiempo creyendo-sabiendo-intuyendo que alguien estaba detrás de los problemas del país y finalmente salía el gobernante, el que había elegido el pueblo de verdad, a decir que había descubierto a los saboteadores del progreso. Un incendio en una fábrica se convertía en un juicio nacional que saldaba cuentas con el pasado y con los enemigos de la nueva realidad soviética. La gente aplaudía. Cualquiera habría aplaudido… no había datos alternativos y a lo mejor Stalin tenía razón: ahí estaban los enemigos del proletariado, provocando problemas para que el nuevo Gobierno fracasara. Bastaba su palabra.
En democracia, la palabra de un gobernante no es suficiente: hay medios de comunicación que pueden contrastar datos en libertad, hay partidos políticos con acceso a información oficial, oposición en espacios legislativos, participación ciudadana y control judicial, entre otras cosas. Pero a veces, los partidos son cómplices, los congresos tienen mayorías apabullantes, los tribunales están cooptados, la participación ciudadana está dirigida y los medios de comunicación luchan por acomodarse en contextos económicos adversos.
En esos momentos, lo que puede funcionar es la mentalidad científica. Esa que hace preguntas todo el tiempo, formula hipótesis, contrasta y pide demostración de esas hipótesis. Bien, el malo es un enemigo del proletariado que incendió la fábrica. ¿Cómo lo hizo? ¿En dónde estaba? ¿Con qué objetivos? ¿Hay pruebas para corroborar su participación? ¿Se puede formular un escenario alternativo en donde el incendio fuese provocado por un corto circuito? ¿Se puede desechar con certeza ese escenario alternativo?
Pongo como ejemplo el incendio porque es un caso verídico utilizado por Stalin para culpar a Trotski y otros ex camaradas, no sólo sin pruebas, sino contra toda lógica. Y pongo a Stalin como ejemplo porque queda ya demasiado lejos en el tiempo como para pensar que tengo un interés ideológico en contra de un régimen.
Y concluyo. Lo único que puede combatir las afirmaciones del poder (encontramos a los malos, ya tenemos un enemigo, sabemos en dónde están los que se hicieron ricos, hay fuerzas que buscan la aniquilación de los anhelos del pueblo) es el escepticismo. El sano, es decir, el científico. No el que descree por método y hace a un lado las evidencias porque ni le importa averiguar, sino el que hace preguntas para que las afirmaciones se documenten y la verdad se fortalezca.