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¿Por qué?

El lunes presencié dos escenas que ojalá nunca hubiera visto. Parecen alejadas entre sí, pero tienen un común denominador: la violencia brutal. 

Circulaba a mediodía por Avenida Inglaterra cuando al dar vuelta en Avenida López Mateos me topé con dos autos detenidos justo delante de las vías del tren. Parecía que la camioneta Honda le había cerrado el paso a un carro Mazda provocando un choque por alcance. 

Entonces bajaron de la Honda dos jóvenes de negro, uno con pants y el otro de mezclilla, ambos de camisa negra y tenis. El más bajito comenzó a golpear violentamente la ventanilla del lado del conductor del Mazda. El otro, pelo cortito y mínimo 1.80 de estatura, observaba amenazante. 

El bajito golpeó repetidas veces el parabrisas, pateó la puerta, aporreó otra vez la ventanilla del lado del conductor. Sin duda intentaba romper el cristal para acceder a su víctima porque le exigía que se bajara. Intenté alejarme, pero había carros detrás de mí que me estorbaban. 

Primero pensé que se trataba de un incidente vial, luego me dio la impresión de que intentaban llevarse al conductor. La verdad ya no sé. Los nervios se apoderaron de mí y me paralizaron porque el más alto volteó hacia el resto de autos como si buscara potenciales testigos.  

La escena duró dos minutos. Los dos jóvenes regresaron a la Honda y se retiraron a toda velocidad después de patear por última vez la puerta. El Mazda avanzó y se orilló metros más adelante. Vi a una pareja joven, no más de 30 años ambos. Del lado del copiloto, ella gesticulaba, hacía ademanes y lloraba. Él sostenía el volante como paralizado -sólo este año cinco automovilistas han sido asesinados a balazos en la metrópoli tras un incidente vial-.  

Traté de continuar mi día. 

Por la noche me avisaron que familiares de los cinco jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno estaban en la Fiscalía del Estado para recibir avances del caso. Mientras otro grupo de parientes esperaban afuera de la dependencia recibieron vía redes sociales una fotografía y un video de los desaparecidos en una situación que comprometía su vida y su seguridad. 

La Fiscalía negó que se tratara de los jóvenes, pero un medio de Lagos de Moreno transmitió en vivo, afuera de la Fiscalía, el llanto de mujeres tras reconocer a los desaparecidos en las imágenes que circulaban. A mi teléfono llegó la publicación en Facebook. Vi que se trataba de una cuenta abierta el mismo día. Una fotografía mostraba a cinco jóvenes amordazados, vendados e hincados. Vi el video apenas unos segundos. No soporté más. 

Tuve un sueño intranquilo. Por la mañana estuve buscando algunas lecturas, repasé mis notas sobre violencia y revisé los subrayados de un par de libros. Sentía un malestar, algo cercano al malhumor. ¿Qué puedo escribir de todo esto? Era como si hubiera perdido las palabras para expresarlo. Pasé toda la mañana dando vueltas a las mismas escenas, sólo con una pregunta en mente: ¿por qué? 

¿Por qué en nuestra sociedad la violencia repta como una bestia incontrolable y nunca sabes cuándo saldrá a tu paso para asaltarte? ¿Por qué en este país acudir a una fiesta o dar una vuelta equivocada te cuesta la vida? ¿Por qué? 

jonathan.lomeli@informador.com.mx

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