Por fin, justicia para Mezcala
José Luis Claro, uno de los jóvenes comuneros de Mezcala, iba subiendo la brecha que conduce a la cima del cerro de El Pandillo, y le preguntan: “¿Contento?”. Responde tajante: “Uh, ni pude dormir de la emoción”. Al llegar a la cima, donde el invasor construyó una finca de descanso que disfrutaba él, su familia y amigos ricos de Guadalajara, José Luis Claro dice: “Esta será la Universidad de Mezcala”.
La comunidad indígena coca de Mezcala de la Asunción, municipio de Poncitlán, ya tiene claro el futuro que tendrá la finca que fue del invasor y el uso que darán a nueve hectáreas que el empresario tapatío Guillermo Moreno Ibarra les despojo hace 23 años.
Al llegar a la cima de El Pandillo, luego de una dura brecha de piedra suelta, se entiende por qué el invasor escogió ese lugar para intentar apropiárselo mediante el despojo. Se trata de una de las elevaciones más altas de los cerros que rodean el lago de Chapala, ubicado casi a la mitad del lago, en la ribera norte. Desde El Pandillo, y en particular desde la finca que levantó ilegalmente el invasor, se tiene una de las vistas más privilegiadas de todo Chapala. Al frente se ven nítidas y claras las islas que pertenecen a la comunidad, el lugar donde sus antepasados resistieron el asedio militar colonial español durante el sitio que duró de 1812 a 1816 y del cual los pueblos ribereños resultaron victoriosos.
A la derecha debajo de el cerro de El Pandillo se contempla completa la comunidad de Mezcala y la vista a la derecha permite ver la cabecera de Chapala y en el horizonte las otras localidades ribereñas.
El invasor comenzó el despojo en el año 1999. Desde entonces Mezcala emprendió un largo y desgastante camino legal por los tortuosos tribunales agrarios mexicanos. En 2006, apenas, comenzó el juicio agrario, que finalmente le concedió a la comunidad de Mezcala la resolución definitiva de restitución de tierras el 20 de octubre de 2021. Un año después, ayer 4 de octubre, se ejecutó la sentencia definitiva.
Por eso había alegría justificada entre los comuneros, los más mayores y los más jóvenes, y entre los pobladores que ayer subieron al cerro de El Pandillo a acompañar la restitución legal por parte de las autoridades judiciales.
Pero el invasor no se resigna. Todavía ayer poco antes del acto de restitución mandó a sacar muebles y enseres, pero también a intentar destrozar la finca: la barra de la cocina fue arrancada, los muebles de madera empotrados de la sala, el dormitorio, etc. Todavía ayer una cuadrilla de empleados del invasor bajaban herramientas y mobiliario de la finca que ayer fue tomada con júbilo por la comunidad de Mezcala.
El júbilo para la comunidad está más que justificado, pero la victoria que ayer alcanzaron costó no sólo el tortuoso camino legal, sino represión, criminalización y la división en la comunidad que sembró el invasor con la compra de algunos comuneros. En el camino once pobladores fueron sometidos a procesos inventados para criminalizarlos, y como parte de esta represión, la representante más conocida de la comunidad, Rocío Moreno, fue detenida en septiembre de 2011 por una burda maniobra de la entonces Procuraduría de Justicia del Estado.
En el largo camino de su resistencia frente a este despojo, la comunidad de Mezcala recibió solidaridad de otros pueblos indígenas y de otra organizaciones, pero también regresó en reciprocidad esa solidaridad por lo que Mezcala se convirtió en símbolo de estas luchas sociales y políticas que no transcurren por los partidos o la política profesional, sino en la política de abajo que llevan a cabo los pueblos y comunidades que los poderes quisieran ver sometidos.
Por eso esta política de abajo, como la resistencia de la comunidad de Mezcala, es tan importante para imaginar otras relaciones políticas distintas a las que imponen los poderes públicos y los poderes fácticos. Unas relaciones de sometimiento, dominación, explotación y despojo. Las resistencias de los de abajo prefiguran unas relaciones totalmente opuestas: de dignidad, de autonomía, cooperativas y solidarias y compartición de lo común.
Don Salvador de la Rosa, uno de los comuneros mayores y más respetados, no dejaba de mostrar su júbilo al ver sus tierras de regreso. Y lo que sigue, añadió, es “enseñarles a nuestros hijos y descendientes que defiendan la tierra, esta comunidad es indígena, no nos la dotó el gobierno, y era de nuestros antepasados y nos la heredaron a nosotros”. Tarde y con muchos pesares, pero por fin llegó la justicia para Mezcala.