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Polvos de La Mancha XI

Como podrán imaginar, quedaron hechos pedazos. Don Quijote, una vez molido a palos, pensaba en restaurar su dolida humanidad con el bálsamo de Fierabrás, que según prometió a Sancho, lo curaría de todos sus males.

Es de hacerse notar que nuestro señor don Quijote en toda su aventura recibe 24 golpizas, de las cuales ocho son leves. Pero por ligeras que fueran, eran golpizas que recibía nuestro héroe solamente por amor a la justicia y los dolores corpóreos no entienden mucho de causas sociales, que Sancho no compartía a pesar de que su amo lo alentaba diciendo: “Con todo eso, te hago saber hermano Panza que no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma”, discurso que, es evidente, no satisfizo al escudero.

Los restos de la refriega: Sancho, dolorido y todo, a quien pidió su señor que lo subiera como pudiera a su borrico que, hay que decirlo, fue el único que salió indemne de este pleito caballeril y como no pudo montarse al asno, fue colocado en el pollino tal y como se carga un costal.

De esa manera, la comitiva del caballero consistía en don Quijote, Sancho y Rocinante golpeados, el primero colocado sobre el rucio en calidad de bulto. No era, de cierto, un grupo garboso que luciría, sino una imagen dolorosa y el buen escudero, en busca de un sitio donde reposar sus humanidades, no sin aclarar que para él las aventuras caballerescas sólo eran un método -doloroso, si se quiere- para llegar al gobierno de una ínsula, que esa era su aspiración, y no un tema de charla, ni su cuerpo estaba hecho para el heroísmo.

Encontró más delante una venta que le bastó para el efecto, a él cuya sencillez era proverbial, pero no a don Quijote, a quien por desgracia no pudo convencer de que era una venta y no un castillo, ya que su amo acostumbraba mirar como tales a todas las ventas donde entraba, no había manera de convencerlo de lo contrario. Sancho sabía que era una venta y debemos sentir lástima por él, ya que si nosotros pensamos en la vergüenza del escudero que mintió al comunicar al ventero las razones del malestar de su señor y de él mismo, pues evadió decir la verdad, tuvo que mentir y atribuyó las heridas a que se habían caído de una peña, lo que desde luego nadie le creyó y que hizo que la empleada del lugar, llamada Maritornes, exclamara que parecían golpes, tal y como lo eran.

Compadecido el ventero de los cuerpos magullados por la golpiza que era más que evidente que habían sufrido don Quijote, que mal podía mantenerse en pie, Rocinante que no podía ser montado y el escudero, también magullado y a pesar de eso el bueno de Sancho quiso transformar la golpiza en caída, el dueño del lugar ordenó a su mujer, a su hija y a su mencionada criada que en una de las habitaciones les habilitaran un par de camas.

@enrigue_zuloaga

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