Policías delincuentes
Estos ocho nombres tienen mucho en común: Fernando, Arturo, Carlos, Eduardo, Manuel, Víctor, Alejandro y Daniel.
Todos enfrentan cargos este año por homicidio, robo con violencia y robo a casa habitación. Todos, cuando cometieron su crimen, eran uniformados activos de la Policía estatal, la Policía Metropolitana y las comisarías de Guadalajara y Zapopan.
Vivo de las noticias. Leo todos los días, por trabajo y afición, noticias de todo tipo. Y a veces me pregunto: ¿cómo llegamos aquí? Pero también: ¿cómo salimos de ésta?
El caso de Fernando, policía estatal, saltó ayer frente a mí como uno más entre la decena de boletines que manda a diario la Fiscalía del Estado.
No me asombró. Hemos normalizado estos hechos. Estuve a punto de dejarlo pasar, pero lo releí con cuidado.
El 2 de junio, el agente estatal Fernando, interceptó a un empresario ganadero que recién había cobrado 320 mil pesos en una carnicería de Atemajac por la venta de unos puercos.
Fernando y su cómplice, armados y a bordo de una Hummer, huyeron con el botín. Un día después, Fernando regresó a su trabajo hasta que lo capturó la Fiscalía.
Recordaba casos similares, pero me sorprendió el resultado de una búsqueda rápida.
El 8 de noviembre, Arturo, policía de Zapopan, robó con violencia una casa en La Estancia. Cuando sus compañeros lo detuvieron, mostró su identificación de policía zapopano en su día franco.
También el mes pasado, cuatro agentes tapatíos y uno de la Policía Metropolitana, robaron y asesinaron al dueño de un taller en la colonia Independencia de Guadalajara. Actuaban como una banda.
Y podría continuar…
Distingo dos retos en este problema. El primero de tipo institucional y el segundo, más complejo, de tipo social.
A casi una década de iniciadas las pruebas de control y confianza para policías, hoy apenas admiten el rango de trámite burocrático.
La certificación policial sirvió para una cosa: darnos cuenta que no sirve. Quizá porque parte de un supuesto falso: que un mal elemento lo es antes de ingresar a la corporación y podemos detectarlo a tiempo. Es decir, la teoría de la manzana podrida.
Pero qué pasa si el problema no es la manzana sino el canasto que está podrido. Qué pasa cuando la corrupción institucional impone su lógica de sobrevivencia a cada nuevo integrante.
Un buen elemento, por factores situacionales, se convierte en un delincuente. Y un elemento con conductas de riesgo encuentra su hábitat natural en una institución policial.
Un círculo vicioso.
La otra arista del asunto nos compete a todos como ciudadanos. Tiene que ver con la normalización del fenómeno ante su recurrencia. Perdimos la noción de la gravedad del problema. Estas conductas de nuestros uniformados, cada vez más reiteradas, deben alertarnos y despertar el rechazo social.
Comenté que estuve a punto de pasar por alto el caso de Fernando. Qué bueno que no lo hice.
EN PERSPECTIVA. Denunciemos. Al 36 68 79 00 Ext. 18069 para reportar a un mal elemento de la Policía estatal. Al 33 12 01 60 70 en la Comisaría tapatía y al 33 38 18 22 00 Ext. 1722 en Zapopan.