Plácido Domingo
Me llamó poderosamente la atención la columna escrita por el distinguido periodista Joaquín López Doriga referente a la enorme frustración que le causó el caso de la confirmación de la denuncia que hicieran un grupo de mujeres artistas, la mayoría cantantes de ópera, acusando al tenor Plácido Domingo de acoso sexual, delito que fue reconocido por el mismo acusado.
Y me llamó la atención porque esa frustración la convierte en desprecio lacerante hacia el victimario. No existe absolutamente ninguna justificación para eximir al artista de su deleznable comportamiento, el acoso sexual es un acto brutal que sumerge a la víctima en una oscura y pavorosa condición de franca debilidad emocional causándole un patológico estado de frustración de todo tipo de anhelos.
Estos actos, que de inicio causan en las víctimas un estado de consternación y odio, requieren, por el lado de la parte acusadora, valor y sabiduría para mirar atrás, se trató pues de un acto de valentía de las mujeres que le denunciaron. Por la otra parte, abordar el tema desde la mirada de Plácido Domingo es un asunto que requiere de agudas reflexiones. Por principio de cuentas, todo hombre debería contar con tal soporte moral que lo convirtiera en un irreprochable estado de perdurable lealtad hacia sus semejantes y ante él mismo. Acierta Miguel de Unamuno cuando dice: “a todos nos gusta hacer papel y nadie es el que es sino el que le hacen los demás”.
Pregunto: ¿Encuadra el artista en la definición que los expertos en la materia le dan a un acosador: persona con trastornos mentales o de personalidad que incluso pueden llegar a manifestar síntomas sicóticos? La respuesta es no, atenúa el comportamiento acosador en algo esta ausencia, la respuesta es no.
Nada de lo que haga Plácido Domingo a favor de las víctimas servirá para reparar el sentimiento de frustración y la interrupción de anhelos de las victimas, comprobado está que la humillación a la mujer es en el fondo debilidad disfrazada de agresión. Sin embargo pareciera injusto que quien en varios momentos de su vida se convirtió en mensajero de paz y caridad ahora se le califique de infernal endriago inmisericorde.
Todos aquellos que condenan ferozmente a P. Domingo han recurrido a calificativos lastrados por un feroz puritanismo, lo hacen con un dejo de mojigatería propia de quien presume de ser dueño de una inmaculada higiene mental.
Entiendo a las víctimas, vivir con una angustia que gira en su cabeza y que con el correr de los años el reprobable hecho se convirtió en permanentemente y hondo dolor, no ha sido fácil. Quizás valdría recurrir, no como atenuante si no como reflexión, lo que el gran poeta italiano Horacio afirma: “aunque la justicia se mueve despacio rara vez deja de alcanzar al culpable”.
El culpable ya se encontró, el culpable ya pidió perdón. Es tiempo quizás, ser prudentes y recurrir al concepto de perdón cristiano. El perdón de ellas a él y el verdadero arrepentimiento de él. Incluso en un acto de sincera justicia humana, pedir a todos aquellos que han condenado con enemistad jurada al Tenor Plácido Domingo tener un sentido de la mesura.