Ideas

Partidos para el exilio

Si, en sus andanzas por tu colonia, la candidata o el candidato te replican lo mismo que escuchaste tres años atrás, no todo es culpa de la candidata o el candidato. La responsabilidad primaria es del partido que lo postula.

Salvo por los sinsentidos que se atreven a publicar en redes sociales, las estrategias de comunicación de quienes aspiran a gobernarte son exactamente las mismas que han visto tus padres y abuelos. El o la suspirante del momento se suben a una tarima, gritan que el cambio se acerca, que los anteriores son el diablo, te animan a corear el apellido del ungido o ungida y éste sube al escenario para prometerte que él mejorará tu vida, mientras que los contrarios te llevarán a la ruina.

Y, una elección después, la dosis se repite. Spots horribles, debates olvidables, canciones ideadas por su peor enemigo y propuestas a lo Dinamarca tropicalizadas a lo San Pedro de los Saguaros.

En teoría, las instituciones políticas no hibernan y se despiertan cada tres o seis años. Éstas deben representar y canalizar los intereses, valores y visiones de una parte de la sociedad hacia el ámbito político y gubernamental.

Deben, además, forjar talento y preparar perfiles para que se conviertan en gobernantes aptos, no caricaturas tiktokeras.

Pero eso es justamente lo que hacen, y las olas de esa pasividad se reflejan en el ánimo de la gente. Por eso es que las mediciones de Calidad e Impacto Gubernamental del Inegi sotanean en la percepción de confianza entre la gente. Ni tres de cada 10 mexicanos confían en ellos, según la medición 2023.  

Lo peor es que ese es el lugar común. Ahí han decidido permanecer los representantes de la gente, los intermediarios entre ciudadanos y Gobierno, los negociadores y definidores de agendas políticas, los fiscalizadores de la autoridad, los supervisores de la transparencia y rendición de cuentas. Los de abajo. Los que sobreviven con, citando a una clásica, el dinero de las personas.

Ellos se encuentran cómodamente en la posición final de la percepción ciudadana. Y al no poder caer más, tampoco hallan razones para tratar de escalar. El dinero sigue cayendo, el sistema continúa saciando su hambre y la participación de electores los mantiene gorditos y bonitos.

Los partidos también deberían preparar cuadros aptos para la gobernanza. Pero, después, ellos mismos se someten a la voluntad del líder con la intención de que éste los voltee a ver para entregarles la estafeta. El cargo es finito pero el poder se perpetúa y los grupos están dispuestos a hacer lo que sea necesario para mantenerse pegados a la ubre que expulsa diamantes.

Ajá: tal y como ocurría en los tiempos del PRI totalitario e imbatible.

Esta, que pareciera ser una campaña sencilla en la selección del voto debido a que no hay 12 ni 15 candidatos (como sí los hubo en las anteriores), sino tres tanto en la gubernatura como en la presidenciable, ha sido cansada en extremo. Agotadora y fastidiosa porque se burló de las instituciones, inició antes de tiempo, se llenó de pleitos internos, al final se impuso el dedazo y, quienes antes denunciaron haber sido desplazados, hoy bailan al ritmo que impone el de arriba.

Así de grande y jugoso es el pastel. Así de fuerte es la ambición.

En los términos en los que está construido el sistema político mexicano, la representación ciudadana, hacer valer los intereses y valores de los distintos sectores de la sociedad, simplemente no tienen razón de ser. Al contrario, los partidos son un contrasentido y una afrenta a la comunidad mexicana en su conjunto.

Que los candidatos peleen y luchen por la posición que buscan, pero que los partidos obliguen a funcionarios a sumarse a un proyecto con el cual tienen todo el derecho a no estar de acuerdo, provocar división y pleitos en el marco de sus debates, alzar la voz porque les quitan sus lonas y no porque el crimen organizado se ha llevado a varios de ellos, son sólo algunos argumentos para llevarlos a todos al ostracismo.

Y si no se reformulan, no innovan y no funcionan como nuestra realidad actual lo demanda, que se vayan al exilio. Todos ellos, pero que devuelvan el millonario gasto al erario que representan.

isaac.deloza@informador.com.mx

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