Pablo de Tarso y la verdadera ley
En estas fechas resulta oportuno voltear a la figura de un hombre que vio en el cristianismo un instrumento de cambio social; un movimiento religioso que dos mil años después convive con el egoísmo, con la guerra y la maldad tan evidente en nuestro tiempo.
Había nacido en Galilea, su familia fue esclavizada y vendida a un ciudadano romano de Tarso, la capital de la provincia romana de Cilicia Pedias en lo que hoy es el Sur de Turquía. Una urbe próspera y cosmopolita, punto crucial de las antiguas rutas comerciales. En esa mezcla de tradiciones, costumbres y culturas creció aquella familia que luego fue liberada de la esclavitud, para iniciar una etapa de prosperidad que permitió al pequeño Pablo recibir una esmerada educación: por una parte en los textos sagrados de la Torá y por la otra en el cultivo de la filosofía que se impartía en aquella ciudad tan prestigiada en el Imperio de entonces, que fue gobernada por el propio Cicerón. Asistió a la Academia que rivalizaba con las de Alejandría y Atenas en esa época y estaba convertida en un bastión del pensamiento estoico. En la ciudad se hablaba griego y en la familia la lengua aramea; recibió una educación dual. Por una parte la ley de Moisés mantenía unidos a los judíos, mientras la filosofía abría el espacio para la libertad de pensamiento para conocer la ley universal por medio de la razón. Ante la clara contradicción Pablo optó decididamente por la fe. La contradicción entre las leyes, su gran tema, había surgido.
Luego de terminar sus estudios se marchó a Jerusalén. Su propósito fue prepararse en la tradición, así que se vinculó al grupo que tenía la posición más abierta para recibir personas de fuera: los fariseos. Instalado en la ruta de la sabiduría contrajo matrimonio y se convirtió en discípulo del sabio Gamaliel. Su dominio de la ley judía y sus conocimientos de la filosofía griega le permitían hablar con un halo de erudición en la ciudad del Templo Sagrado.
Aunque coincidieron en el tiempo, Pablo el fariseo y Jesús el mesías, no hay evidencia de que tuvieran contacto físico. El surgimiento de los cristianos fue un asunto de la comunidad judía y fue visto como un movimiento transitorio dentro de la tradición, tal y como lo explica el mismo Gamaliel. De hecho, los cristianos en el principio no dejaron de asistir al templo, eran y se sentían esencialmente judíos. Quizá dotados de una sensación de superioridad producto de las enseñanzas del mesías, pero judíos al fin. En ese contexto, Pablo combatió a los nacientes cristianos dentro del judaísmo porque el camino de la salvación judía pasa por el respeto puntual a la ley mientras que el cristianismo otorga la salvación por seguir al mesías, lo que implica dejar de lado la ley. Otra vez el tema de la ley verdadera aparecía en su vida. Pero el fariseo pronto se convirtió cuando al pasar por las llanuras de Jaurán tuvo una experiencia que cambió su vida. Se encontró místicamente con Jesús. Su encuentro le puso frente al abismo de la caída de los hombres y le reveló un nueva ley, la del amor. Se dispuso a abrazar los conceptos cristianos. Comenzó a evangelizar en Damasco y Arabia. En Tarso volvió para explicar que la fe no excluye la exigencia ética de cumplir la ley divina, sino que la cumple por medio del amor. La nueva ley encuentra su plenitud en un solo precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Por lo que el amor es la síntesis y plenitud de la nueva ley.
Con la tarea de la construcción del andamiaje del cristianismo cumplida, en el año treinta y seis Pablo fue perseguido por sus convicciones respecto a la ley, y volvió a Tarso, donde continuó su labor evangelizadora y en el año sesenta y siete fue condenado y muerto por el rigor de la espada.
Qué diría Pablo si viera que ahora en aquella tierra aún subsiste la guerra y el odio religioso en algunos, que aquel instrumento de cambio que vio en el naciente cristianismo no ha podido evitar las injusticias y que se mantiene la dualidad en el pensamiento. Que aún vivimos entre Atenas y Jerusalén, y que la violencia de las armas impuesta entonces por los romanos, ahora la aplica la técnica y el poder para seguir en la discusión de cual es la verdadera ley. Más allá de cuestiones teológicas, veinte siglos después de Pablo, sus ideas siguen siendo inspiradoras del cambio en favor de la igualdad. Un hombre que dio su vida en la convicción encontrar una verdadera ley para la humanidad. Lástima que pocos de sus seguidores han seguido esa ruta, de haberlo hecho quizá ahora tuviéramos mejores cristianos.
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