Pablo Lemus y los periodistas
Pablo Lemus y los periodistas tenemos un desafío.
El gobernador deberá demostrar con hechos, además de palabras, que acabó la intolerancia a los medios y a la crítica.
Las y los periodistas también tenemos una tarea: entender que Pablo ya no es su antecesor y que no podemos transferir gratuitamente la hostilidad y el rechazo que Enrique Alfaro cultivó –y se ganó a pulso– durante nueve años de ataques como alcalde tapatío y gobernador.
Todas y todos, colegas agredidos y desacreditados, necesitamos un nuevo pacto de civilidad después de una larga mala noche sexenal.
En su toma de protesta Pablo Lemus reconoció el trabajo de Diego Petersen, el mismo que su antecesor llamó “gatillero a sueldo” junto a otros colegas en innumerables ocasiones. Un gesto político elocuente para comenzar.
El Gobierno anterior negó reiteradamente el problema de la Central Nueva como punto de reclutamiento forzado del crimen pese a denuncias de periodistas y colectivos. Alfaro siempre lo atribuyó a “ausencias voluntarias” y a una “psicosis” generada por los medios.
Sin embargo, el primer acto público de Lemus consistió en reconocer el problema y recorrer la Central Nueva. Junto a la alcaldesa morenista Laura Imelda Pérez anunció un operativo de vigilancia para prevenir las desapariciones en ese punto.
Iba a escribir esta primera columna del sexenio sobre el operativo de carriles a contraflujo en Avenida López Mateos.
Según testimonios de conductores, la medida funcionó a medias. Un automovilista explicó que trasladaron el tráfico a un par de carriles que acumularon una fila kilométrica y que duplicó los tiempos de traslado.
Falló esta medida anunciada por Lemus. Su comisario vial, Jorge Alberto Arizpe, lo reconoció, pidió comentarios de la ciudadanía y señaló que harían correcciones.
Comprendí que por ahora, en vez de lapidar la iniciativa, hay que pensar en cómo mejorarla. El simple hecho de que la Policía Vial vuelva a “existir” tras seis años desaparecida debería alentar un poco de optimismo.
Siempre será mejor un Gobierno capaz de aceptar un error que uno convencido de que todo lo que hace está bien y es histórico.
Pablo y los periodistas tenemos la oportunidad de reconstruir una relación en beneficio de lo público.
Una prensa crítica, rigurosa y vigilante hace buenos gobernantes. Y viceversa, gobernantes abiertos a la examinación propician un debate público de más calidad y, claro, también nos hace mejores periodistas.
Esto no es una abdicación ni una renuncia.
Desde luego que habrá crítica cuando se justifique, disenso y agendas impostergables como la vivienda, la privatización de lo público y el poder económico que anida en las entrañas del nuevo Gobierno. Pero que siempre prevalezcan los argumentos sobre las descalificaciones.
Nadie desea que le vaya mal a Jalisco. Podemos resignificar esta frase a partir de un acuerdo en donde el diálogo y la rectificación ante el error –de ambas partes– sean el centro gravitacional de una nueva relación entre la prensa y el poder.
El que redujo el Estado a una confrontación del tamaño de su ego, por fortuna, ya está desde el sábado en España.